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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Mientras Bolívar y Mariño, que habian salvado con bien, habiendo despachado emisarios á Escalona para que defendiese la plaza de Valencia, corrian á sacar recursos de la capital, Bóves, despues de perseguir á los vencidos hasta la Victoria y destacado su columna de 1.500 hombres al mando del capitan Ramon Gonzalez para que se dirigiese á Carácas con el resto de su gente, se presentó el 19 delante de Valencia, y reduciendo á Escalona en ella al estrecho recinto de la Plaza Mayor, le obligó á capitular, ofreciéndole ante Dios que respetaria la vida y propiedad de cuantos ocupaban la plaza; pero á los dos dias el coronel Alcover, el Doctor Espejo, todos los oficiales, menos Escalona que pudo huir á favor de un disfraz, los sargentos y varios particulares de Valencia perecian vilmente asesinados.
Sus brazos eran débiles, sus manos delicadas; ni siquiera poseía el vigor físico de un mozo de cordel para ganarse la subsistencia. Recordaba con amargura las declamaciones que muchas veces había leído sobre la miseria de los desheredados de la clase obrera. ¡Ay! Ellos, al menos, no perecían de hambre en medio de la calle.
Los que quedaron vivos fueron los que reconociendo con tiempo el desorden y pérdida, y que los Catalanes eran impenetrables á los golpes de sus dardos, se pusieron en seguro con la huida, y el que querer muchos hacer lo mismo después les causó mas presto la muerte, por que ocupados en retirar sus hijos y mujeres, dejaban la batalla, y luego perecian.
El castillo caía en poder de los guerreros de la Iglesia, y la esposa de Manfredo era conducida á una prisión, donde se extinguía su vida al poco tiempo. La obscuridad tragaba los últimos restos de la familia maldecida por Roma. La muerte rondaba en torno de la basilisa. Todos perecían: su hermano Manfredo, su hermanastro el poético y lamentable Encio, héroe de tantas canciones.
Poco há tambien que afligida esta tierra, que os obstinais en fecundar con vuestra sangre, por la gran sequía con que á Dios plugo castigarla, perecian vuestros ganados de sed, se abrasaban vuestros árboles y viñas, y se frustraban vuestras cosechas sin que quedase en vuestras heredades planta verde; en lo cual no se manifestaba el Omnipotente mas misericordioso con vosotros que con los muslimes; y merced á la liberalidad y á la generosa proteccion de este mismo rey que os dió abrevaderos, y aguas cristalinas, y otros bienes de los cuales disfrutais lo mismo que los mahometanos, no siguió la mortandad en vuestros ganados, ni la esterilidad en vuestros campos.
Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos, exclamaba Babuco, ó son fieras?
Habiendo pues el gobierno descuidado del todo y por largo tiempo la reparacion de los caminos, no podia ciertamente existir el comercio sinó á riesgo de los hombres y de los animales; así es que el negociante, al realizar sus ventas, se veia precisado á contar en el presupuesto de pérdidas las mulas que se estropeaban y las que perecian por causa de los malos caminos.
Hasta los señores de Madrid que gobernaban el país le buscaban y mimaban para que prestase ayuda al Estado en sus apuros y empréstitos. ¡Y el doctor Aresti, amado por Sánchez Morueta con un afecto doble de padre y de hermano, se empeñaba en vivir fuera de su protección, más allá de la lluvia de oro que parecía caer de su mirada y que hacía que los hombres se agolpasen en torno de él, con la furia brutal de la codicia, obligándolo á aislarse, á permanecer invisible, para no perecer bajo el formidable empujón de los adoradores!... La única merced que el médico había solicitado de su poderoso pariente, era el establecimiento en la cuenca minera de un hospital para los trabajadores que antes perecían faltos de auxilio en los accidentes de las canteras.
Provincias enteras venían del desierto cargando con sus cebollas para alimentarse; viejos, jóvenes y niños trabajaban acarreando piedras, labrándolas y cargándolas sobre sus hombros, bajo la direccion del látigo oficial; y despues, volvían á sus pueblos los que sobrevivían, ó perecían en las arenas del desierto.
Palabra del Dia
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