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Actualizado: 15 de mayo de 2025
La presencia de espíritu de la chacha Ramoncica nos salvó de un escándalo y tal vez de un drama sangriento. ¿Qué hubiera sido de mi pobre D. Gregorio, tan grueso como está y saliendo al campo en desafío? Sólo de pensarlo se me erizan los cabellos. La chacha, por fortuna, se llevó a D. Pepito al cuarto de Isabel. Así nos salvó. Yo le he quedado muy agradecida.
Mas como todo está compensado en la vida, la amargura ocasionada por aquellas ideas del hijo tenía contrapeso y hasta recompensa en lo que prometía el nieto. Siete años acababa de cumplir Pepito y por sus tendencias dominadoras, por su carácter resuelto y su geniecillo voluntarioso indicaba que había de parecerse, no a su padre, sino a su abuelo.
Embelesada con la conversación de su novio, que iba a su lado, con la carátula en la cabeza como montera y casi tan majo como ella, y seguida de su padre y de su hermanita, habían estado todos en la plaza, donde Pepito se había despilfarrado feriando los dulces.
Tan buena impresión le hicieron, que levantándose del sillón vino a ponerle la mano sobre el hombro, exclamando: ¡Cuánto me alegro, Pepito! ¡No sabes el placer que me has dado! ¡Y dices que no sabes si Dios te ha tocado en el corazón! ¿Cómo había de realizarse este cambio repentino en tu ser si Dios no lo moviese?
Finalmente, un día en una tienda donde su madre regateaba unos juguetes, Pepito llamó ladrón al comerciante: horror al mercantilismo imaginó el abuelo.
Y lo que es él no tenía menos favorable opinión de sí propio; pero el candor y la ignorancia hacían amable y chistoso su presumido atrevimiento. La petulancia infantil de D. Pepito era encantadora. Yo, que hablé con él desde el primer día que ambos estuvimos juntos y nos vimos a bordo, hallaba en la susodicha petulancia irresistible hechizo.
Acuérdate, Pepito, que tú y yo, cuando éramos muchachos y vivíamos en la Universidad, nos hemos deslizado ocultamente en los almacenes de la Facultad de Historia para ver de cerca las bestias de acero, gloriosas y mudas, sin poder adivinar cómo funcionaron en otros tiempos....
Tuve la suerte de acertar casi siempre; y ya lo mismo le daba a don Pepito Guzmán encontrarse en la droguería con el principal que con el dependiente, cuando de higos a brevas iba por allá con los motivos de costumbre. Retirose nuestro tío, y se murió bien pronto, y continué yo mereciendo todas las atenciones y hasta la amistad que él había merecido del señor de Guzmán.
Cuando el general vio el nacimiento, faltó poco para que cogiese un rabel: si no lo hizo fue porque no quedara mal parado el principio de autoridad. A la tarde siguiente, Pepito salió de paseo con su madre. Cuando volvían oyó llorar en el patio a uno de los chicos del portero y preguntó la causa.
Y este anhelo subía de punto al notar yo o al imaginar que notaba que D. Pepito estaba pálido y triste. Y yo me ponía triste también, pero no pálida, sino encendida como la grana, y sintiendo traidora compasión y suave quebranto.
Palabra del Dia
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