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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Bien se ha comido el mío; y no creas lo que dicen por ahí, no; no es cierto que yo me gastara con ella lo que me saqué a la lotería y la herencia de mi tío. En total, no me pellizcó arriba de dos mil duros, porque como la Justicia me la quitó de entre las manos cuando menos lo pensaba... Digan lo que quieran, chico, hay Providencia.
¡Hija, ten un poco de educación! añadió por lo bajo ásperamente, tratando al mismo tiempo de alargar la mano con disimulo para darle un pellizco corroborante. Presentación separó las piernas instantáneamente y soltó una carcajada que puso más nerviosa y más arrebatada a su mamá. Vivían ambas en constante guerra. Sus genios eran igualmente vivos.
Y saltaron á su memoria de improviso los instantes felices de aquellos amores serenos y límpidos como los pensamientos de la infancia, desde aquella tarde en que su manecita blanca le arrojó una rosa de Alejandría, estando en el jardín, hasta la noche reciente en que aquella misma mano le dió un pellizco, mientras su dueño le decía al oído: «¿Qué tienes?
Porque no me da la gana..., hala... respondía Mariano saliendo de su somnolencia intelectual por la virtud de un pellizco. Pues ve a que te mantenga el obispo. No necesito que usted me mantenga. Tengo de acá. ¡Anda, anda, chaval desorejado!... ¡Y con qué tipos te ajuntarás tú para allegar eso! ¿Qué diabluras haces? ¿En qué te ocupas por las noches? ¿Qué llevas aquí debajo de la blusa? El copón.
Es porque tienes celos de ese capellanzaco que lleve el diablo... Mira, Jacinto, si te ofende que hable con él no lo haré más; pero aunque te ofenda me dejarás que te diga una cosa... y es que eres un papanatas. Y acompañó esta reflexión de un pellizco tan elocuente que Jacinto no tuvo más remedio que darse por convencido. En un instante quedaron hechas las paces.
Y el de las pelotillas lo aprobaba todo, contento con salir de la advertencia sin cañazo, cuando otro grandullón que estaba á su lado en el banco y debía guardar antiguos resentimientos, al verle de pie y con las posaderas libres, le aplicó en ellas un pellizco traidor. ¡Ay! ¡ay!... Siñor maestro gritó el muchacho , «Morros d'aca» me pellisca. ¡Qué explosión de cólera la de don Joaquín!
Palabra del Dia
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