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Señor, perdon de tales disparates, que la Melancholía nunca concibió ni parió otro parto; y ninguna mayor q. la q. engendra a vn enamorado la absencia de su amado.

¡Bendita sea la mare que ha parió un mozo tan valiente!... Las amigas la aturdían con sus exclamaciones. ¡Qué suerte! ¡Y poquito dinero que iba a ganar su hijo!... La pobre mujer mostraba en sus ojos una expresión de asombro y de duda. Pero ¿era realmente su Juanillo el que hacía correr a la gente con tanto entusiasmo?... ¿Se habían vuelto locos?...

Sobre un estanque de material de más de trece varas de largo y cinco de ancho y una de alto, hay una estátua de marmol pario de una mujer desnuda de cinco cuartas y media de alto que tiene una urna en la mano derecha por donde echa el agua al estanque.

Unas veces se presenta con un escepticismo risueño y paradójico que parece decir a los lectores: «Yo no creo en nada, ni en Dios, ni en los hombres, ni en la madre que me parió, pero me gusta aprovecharme de las cosas buenas que en el mundo nos encontramos, como el amor, los buenos vinos, los paisajes bonitos, etcétera, etc., y vamos viviendoSu maestro es Campoamor, a quien imita no tan sólo en el pensamiento sino en la frase, expresando las ideas elevadas y abstrusas en forma llana y corriente, y así como el ilustre poeta, también él desciende a los pormenores vulgares de la existencia y se complace en describir lo pequeño e insignificante.

Después de mucho y mucho puntear y rasguear, rompió con chillona voz el canto: A Pepa la gitani... i... i... Aquel iiii no se acababa nunca, daba vueltas para arriba y para abajo como una rúbrica trazada con el sonido. Ya les faltaba el aliento a los oyentes cuando el ciego se determinó a posarse en el final de la frase: lla-cuando la parió su madre...

Habían pasado en esto algunos meses; así es que al atravesar el Rey con gran pompa la ciudad, entre las aclamaciones y el aplauso de la multitud y el repiqueteo de las campanas, la Reina estaba pariendo, y parió con felicidad y facilidad, a pesar del ruido y agitación y aunque era primeriza.

Pero, volviendo a la plática que poco ha tratábamos del encanto de la señora Dulcinea, tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación que Sancho tuvo de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era Dulcinea, y que si su señor no la conocía debía de ser por estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don Quijote persiguen; porque real y verdaderamente yo de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado; y no hay poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos; y sepa el señor Sancho Panza que también tenemos acá encantadores que nos quieren bien, y nos dicen lo que pasa por el mundo, pura y sencillamente, sin enredos ni máquinas; y créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.

Lo veo a usted en mal caballo, y con dolor de mi corazón tendré que ser severo; que el rey no me ha enviado para que ande con blanduras y contemplaciones. En su causa hay documentos atroces y testigos libres de tacha cuyas declaraciones bastan y sobran para enviar a la horca diez prójimos de su calibre. Yo soy muy recto, y tratándose de administrar justicia no me caso ni con la madre que me parió.

Todo se volvía gritar: ¡Pero qué bien está usted, don Jaime! ¡qué horrorosamente pintado! Ni la madre que le parió puede conocerle. Bajo la fe de esta palabra, el buen Marín se dejó llevar al Liceo. Sus amiguitos le aconsejaron que no dejase de dar bromas a ciertas señoritas; a lo que él contestaba, que serían como sinapismos.

Probábalo también la curiosa circunstancia de que, pasada la refriega, quedábanse en sus bancos los acusados tan padres de la patria como el más caballero; y tan frescos y descansados como la madre que los parió. Lo que estos escándalos y aquellos tumultos y los otros motines atolondraban a don Simón, no hay para qué decirlo, conociendo, como conocemos, su sencilla buena fe.