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Actualizado: 16 de junio de 2025


Como sabia escribir y contar con perfeccion, le hizo el anabautista su tenedor de libros. Viéndose precisado á cabo de dos meses á ir á Lisboa para asuntos de su comercio, se embarcó con sus dos filósofos. Panglós le explicaba de qué modo todas las cosas estaban peifectísimamente, y Santiago no era de su parecer.

Al volverse Panglós, Candido y Martin á su cortijo ,`encontráron á un buen anciano que estaba tomando el fresco á la puerta de su casa, baxo un emparrado de naranjos. Panglós, que no era ménos curioso que argu-mentista, le preguntó como se llamaba el muftí que acababan de ahorcar. No lo , respondió el buen hombre, ni nunca he sabido el nombre de muftí ni de visir ninguno.

De una tormenta, un naufragio, y un terremoto. De los sucesos del doctor Panglós, de Candido, y de Santiago el anabautista.

Así vestidos saliéron en procesion, y oyéron un sermon muy tierno, al qual se siguió una bellísima música en fabordon. A Candido, miéntras duró el canto, le pegáron doscientos azotes á compas; al Vizcayno y á los dos que habian comido la olla sin tocino los quemáron, y Panglós fué ahorcado, aunque no era estilo. Aquel mismo día, tembló la tierra con un furor espantable.

Estaba Candido como extático oyendo estas razones, y decia para : Muy distinto pais es este de la Vesfalia, y de la quinta del señor baron; si hubiera visto nuestro amigo Panglós el Dorado, no diria que la quinta de Tunder-ten-tronck era lo mejor que habia en la tierra. Cierto que es bueno viajar.

Respondióle Panglós en los términos siguientes: Ya conociste, amado Candido, á Paquita, aquella linda doncella de nuestra ilustre baronesa; pues en sus brazos gocé los contentos celestiales, que han producido los infernales tormentos que ves que me consumen: estaba podrida, y acaso ha muerto.

Candido, arrodillándose casi á sus plantas, clamaba: Bien decia el maestro Panglós, que todo estaba perfectamente en este mundo; porque infinitamente mas me enternece la mucha generosidad de vm., que lo que me enojó la inhumanidad de aquel señor de capa negra, y de su señora muger.

Agitada, desatentada, fuera de mi unas veces, y muriéndome otras de pesar, tenia preocupada la imaginacion con la muerte de mi padre, mi madre y mi hermano, con la insolencia de aquel soez soldado bulgaro, con la cuchillada que me dió, con mi oficio de lavandera y cocinera, con mi capitan bulgaro, con mi sucio Don Isacar, con mi abominable inquisidor, con la horca del doctor Panglós, con aquel gran miserere en fabordon durante el qual le diéron á vm. doscientos azotes, y mas que todo con el beso que á vm. detras del biombo la última vez que nos vimos.

Llamáron, al punto á otros Judíos, vendió Candido otros diamantes, y se partiéron todos en otra galera para ir á librar á Cunegunda. Que trata de los sucesos que pasáron con Candido, Cunegunda, Panglós y Martin. Mil perdones pido á vm., dixo Candido al baron, mil perdones, padre reverendísimo, de haberle pasado el cuerpo de una estocada.

Dió Candido cien abrazos á Panglós y al baron. ¿Pues cómo no he muerto á vm., mi amado baron? ¿y vm., mi amado Panglós, cómo está vivo habiéndole ahorcado? ¿y porqué están ámbos en galeras en Turquía? ¿Es cierto que esté mi querida hermana en esta tierra? dixo el barón. , Señor, respondió Cacambo. Al fin vuelvo á ver á mi caro Candido, exclamaba Panglós.

Palabra del Dia

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