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Actualizado: 15 de junio de 2025
Para los que habitan el oasis es este un presidio; para los que lo divisan de lejos ó lo ven sólo con la imaginación, es un paraíso. Sitiado por el inmenso desierto, donde el viajero desorientado sólo halla hambre, sed, la locura, ó tal vez la muerte, los habitantes del oasis son además diezmados por las fiebres que la pestilencia de las aguas producen, al pie mismo de las poéticas palmeras.
Cuando nos cansábamos allí, los días que no íbamos a casa de Anguita, o hasta que llegaba la hora de ir, solíamos dar algunas vueltas por la plaza Nueva, que, por serlo, es la única grande y regular que hay en la ciudad. En los jardines del centro, que adornan naranjos y palmeras, se colocaban filas de sillas, y allí pasaban algunas horas de la noche muchedumbre de familias.
Hoy, en Alicante, cuando Azorín y Sarrió paseaban bajo las palmeras, frente al mar, se ha parado ante ellos un señor moreno y enjuto, de ancha perilla cana. Luego se ha dirigido a Azorín y le ha estrechado la mano con un apretón seco y nervioso. Yo sé quién es usted le decía y quiero tener el gusto de saludarle. Es usted uno de los hombres del porvenir... Azorín ha querido saber su nombre.
Al penetrar con el pensamiento en alguna de aquellas casitas, ocultas casi todas entre palmeras y cipreses; como un nido está oculto entre las hojas de los árboles: al pasar con la imaginacion el umbral de aquella morada bendita, nos parece ver á un hombre sencillo y risueño, que trabaja cerca de la lumbre; á su lado, tranquila y satisfecha, hila su mujer; más allá, una jóven fresca y hermosa mece la cuna en donde duerme un niño, hermano suyo.
Y bajo las palmeras seguían desfilando los vistosos trajes, los rostros felices y sonrientes, todo un mundo que no había sentido pasar la desgracia junto a él, que no había lanzado una mirada sobre el drama de la miseria; y el vals elegante, rítmico y voluptuoso, himno de la alegre locura, deslizábase armonioso sobre las aguas, acariciando con su soplo la eterna hermosura del mar.
Llegaron al fin á una especie de solar grande donde había una miserable casita aislada, rodeada de platanares y palmeras de bonga. Algunos armazones de caña y pedazos de tubos de idem hicieron sospechar á Plácido que se encontraban en casa de algun castillero ó pirotécnico. Simoun tocó á la ventana. Un hombre se asomó. ¡Ah! señor... Y bajó inmediatamente. ¿Está la pólvora? preguntó Simoun.
Pensaba en San Agustín; se le figuraba con gran mitra dorada y capa de raso y oro, recorriendo el desierto en un África que poblaba ella de fieras y de palmeras que llegaban a las nubes. Era, como en la infancia, un delicioso imaginar; otro canto de su poema.
La naturaleza continuó su obra creadora, insensible a las locuras de los hombres; pero éstos no amaron otras flores que las que transparentaban la luz en las vidrieras de las ojivas, ni admiraron más árboles que las palmeras de piedra que sostenían las bóvedas de las catedrales.
«Nuestra esperanza á este respecto ha sido mas que colmada, y una serie de dibujos de cuarenta y ocho especies de palmeras, representadas, no solamente en entero para hacer conocer su porte, la forma de sus troncos y la disposicion de sus hojas, sinó tambien en los menores detalles de sus flores y de sus frutos, son unos materiales importantísimos; si se considera sobre todo que estos dibujos están acompañados, para todas las especies, de una description muy detallada hecha en los mismos lugares, y de notas sobre su uso y su distribucion geográfica; y para la mayor parte de entre ellas, de porcion de tallos, de hojas secas, de frutos y de flores que ayudarán á verificar y completar lo que los detalles de los dibujos del señor de Orbigny dejasen por desear.
Las tristes palmeras, sujetas al suelo por largos hilos de alambre, como prisioneras engrilladas ante el temor de una evasión al trópico, salúdanla de lejos, agitando sus penachos amarillos.
Palabra del Dia
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