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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Y sin embargo siguió diciendo , este ambiente no es favorable á la soledad; este paisaje es para el amor. ¡Envejecer lentamente dos que se amen, ante la eterna belleza del golfo!... ¡Lástima que no haya sido yo amada nunca!...

De la cuestion del caballero que no quería dejar la butaca, de la llegada del Capitan General se apercibió apenas; miraba hácia el telon de boca que representaba una especie de galería entre suntuoso cortinaje rojo, con vista á un jardin en medio del cual se levanta un surtidor. ¡Cuán triste se le antojaba la galería y qué melancólico el paisaje!

Aunque situado en una hondonada, desde allí se veía magnífico paisaje, porque a la parte de occidente otras ondas del terreno que semejaban un oleaje de verdura, dejaban contemplar los lejanos términos, y allá confundido con la neblina el Corfín, una montaña que escondía sus crestas en las nubes y caía a pico sobre valles ocultos detrás de colinas y montes más próximos.

Contemplaba la gente el paisaje con la avidez de un descubridor que tras larga navegación alcanza una tierra desconocida, admirando la frondosidad de los bosques tropicales, la forma original de las montañas, todas ellas de bizarros contornos.

Al subir Febrer a la torre se sentó cerca de la puerta, contemplando todo el paisaje de tierra adentro que se dominaba desde este agujero. Al pie de la colina extendíanse algunos campos roturados recientemente. Eran los pedazos de montaña propiedad de Febrer, que Pep iba convirtiendo en tierra cultivable.

Todo ese país circunvecino forma un admirable paisaje, comprendido entre aquellos montes y el lago, repletos de viñedos y otras plantaciones y salpicado en todas partes de jardines y parques, huertos de simétrica verdura, quintas que reposan sobre elegantes terrazas, é innumerables casitas campestres que parecen desgranadas de los pueblos vecinos.

En el medio de la curva que el paseo describe, hay abierto un boquete sin árboles, por donde se contempla el paisaje: parece un enorme balcón desde donde se divisan algunas leguas de tierra árida como toda la que rodea a Madrid.

Cuando echamos a andar, habiendo dejado el coche que nos había llevado de Lucca al extraño puente medioeval llamado Puente del Diablo, la pintoresca, serena y solitaria belleza campestre del paisaje nos impresionó.

Rafael, siguiendo el camino pedregoso de rápidos zigzags, recordaba las montañas de Asís que había visitado con su amigo el canónigo, gran admirador del santo de la Umbría. Era un paisaje ascético.

Gozábase en abrumar con su superioridad de forastera a las señoras de la isla que no sabían francés; escuchaba a la escritora sus líricos elogios de la originalidad de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos, esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con el armónico orden de las campiñas de Francia.

Palabra del Dia

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