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Calmaos, Sir Oliver, dijo el magistrado. Es muy posible que mi mayordomo y mi cocinero hayan olvidado los ostras ó no hayan podido conseguirlas; pero no hay motivo para desesperarse por tal bicoca. No faltará que comer. ¿Bicoca? ¡Pues me gusta! Una comida sin ostras, sin una miserable almeja. ¿Qué va á ser de ? Nunca me hubierais convidado á vuestra mesa....

Pero examinando un momento la entrada, vimos que á la derecha del portal habia una mujer partiendo ostras. Decididamente, esto no puede ser ni teatro ni iglesia. Miro á lo alto de la entrada y descubro una enseña con este rótulo: Establecimiento de caldo. Yo lo leia y no me parecia prudente creerlo; mi mujer no lo creia tampoco. Penetramos.... ¿Cuál no fué nuestra admiracion?

Ostende es célebre en Europa por sus baños de mar, sus ostras y sus pesquerías de arenques y bacalao. Si en Ambéres se manifiesta la actividad comercial de los Belgas, en Ostende tiene su centro ó base principal la importante industria de la pesca, que produce anualmente valores bien considerables; sin perjuicio del comercio general que se hace por ese puerto, gracias á su canal y su ferrocarril.

«La constancia es el recurso de los feos dice la célebre Ninón de Lenclos en sus lindas cartas al marqués de Sevigné; las personas de mérito, que saben que por donde quiera han de encontrar ojos que se prenden de ellas, no se curan de conservar la prenda conquistada; los feos, los necios, los que viven seguros de que difícilmente podrán encontrar quien llene el vacío de su corazón, se adhieren al amor que una vez por acaso encontraron, como las ostras a las peñas que en el mar las sostienen y alimentan.

Se coloca el lenguado en una besuguera con su jugo, se ponen las conchas alrededor, y se sirve en la misma. Puede ponerse un poco, al horno. LENGUADOS A LA MARGUERY. Se deshacen dos onzas de mantequilla buena. Añádase una cucharilla de postre de harina de arroz. Mézclese. Muévase hasta que se forme una crema. Luego se ponen en esta salsa almejas, una docena de ostras y de langostinos.

Se detuvo ante los puestos de los ostricarios, examinando las valvas de concha-perla alineadas en los estantes, sobre los cestos de ostras de Fusaro; las enormes caracolas, cadáveres huecos, en cuya garganta mugía, según los vendedores, como un recuerdo, el lejano zumbido del mar.

Entremeses muy variados, sopa de ostras, consommé de carnes, huevos con mantequilla, truchas rellenas, carpas a la alemana, pollos asados, espárragos con huevos, ternera a la Marengot, lengua a la escarlata, gelatina de crema, queso helado, quesos y frutas, vinos, café y licores. Segundo.

Es el señor de Salmón. ¡Adelante! Tras él aparecen, pidiendo fuego y aceite y aromáticas especias, los primeros lenguados, y traen afectuosos recaditos de las ostras, que no pueden venir mientras los meses carezcan de r; y también asoman algunos rodaballos y menudos pajeles. ¿Quién más llega? La señora anguila, que viene en embajada de parte del agua dulce... ¡Adelante! En la religión.

Rica en pescado, amontona sobre Cancale, que está enfrente, y sobre otros bancos, millones y más millones de ostras, y sus conchas desmenuzadas producen la rica vida que se trueca en pastos y frutos, al par que cubre de flores las praderas.

Y , Aniquilla, que te llamas doña Ana; , que hace veinte años andabas por las playas de Gijón descalza, cogiendo ostras y buscando á los marineros; , aventurera ennoblecida por tu hermosura; , miserable, ase de los pies de ese cadáver y pronto, porque no tengo tiempo que perder. ¿Pero qué va á ser de ? exclamó desesperada la hermosa doña Ana. Sea lo que el diablo quiera.