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Actualizado: 22 de junio de 2025


Estaban, como siempre a tal hora, en la sala contigua al gabinete rojo, el del tresillo. Ciertos son los toros. Cuando el río suena.... Pero ¿qué suena? preguntó Orgaz padre, que algo sabía. Joaquinito, que se daba aires de saber muchas cosas, dijo: Nada, señores, yo digo a ustedes que no hay nada.... Pues con permiso de usted yo que hay grandes novedades.

Obdulia hablaba con el Magistral y Joaquinito Orgaz; el Marqués discutía con Bermúdez, que inclinaba la cabeza a la derecha, abría la boca hasta las orejas sonriendo, y con la mayor cortesía del mundo ponía en duda las afirmaciones del magnate. , señor, yo derribaba San Pedro sin inconveniente y hacía el mercado....

Obdulia pensaba, aunque es claro que no lo decía sino en el seno de la mayor confianza, pensaba, que el hacer el oso, que era a lo que llamaba timarse Joaquín Orgaz, si siempre era agradable, lo era mucho más en la iglesia, porque allí tenía un cachet. Y para la viuda las cosas con cachet eran las mejores.

¿Quién está ahí? gritaba Ronzal con su alabada energía. Mi abrigo... café con leche... tengo ahí dentro mi abrigo.... Ja, ja, ja... contestaban los de dentro. ¡Está esto que arde! le decía Joaquín Orgaz a una niña del barón, que sonreía y miraba al techo.

Señores dijo en voz baja a don Álvaro y a Orgaz conste que protesto, y que obedezco a fuerza mayor, a la fuerza de la borrachera de ustedes, al permanecer en semejante sitio. ¡Bien, hombre, bien! Conste que esto no es una abdicación.... No... qué ha de ser... abdicación.... Ni una profanación.

Era una mano de Obdulia, la viuda eternamente agradecida. No saludaba con las dos, porque la izquierda se la oprimía dulce y clandestinamente Joaquinito Orgaz, quien jamás hizo ascos a platos de segunda mesa, en siendo suculentos.

Lo poco o nada que Avendaño comía admiraba mucho a Carriazo. Por enterarse del todo de los pensamientos de su amigo, al volverse a la posada, le dijo: Conviene que mañana madruguemos, porque antes que entre la calor estemos ya en Orgaz.

Díjole más: que a su desgracia se le había añadido otra de no menor fastidio, y era, que un grande amigo de su señor le había encontrado en el camino y le había dicho que su señor, por ir muy de priesa y ahorrar dos leguas de camino, desde Madrid había pasado por la barca de Azeca, y que aquella noche dormía en Orgaz, y que le había dado doce escudos que le diese, con orden de que se fuese a Sevilla, donde le esperaba.

No faltó quien reconociera entre los condenados a un cerero de Orgaz que creía ser San Juan Bautista en persona y predicaba una nueva doctrina por los pueblos. El pobre hombre, deteniéndose por instantes, alzaba la mano y figuraba el gesto del Precursor en el Jordán.

Comprendió que todos habían interpretado lo mismo que él aquellas «ocupaciones». Eran ¡ay! cita de amor. «¡Tal vez con la Regentapensó el de Pernueces; y se prometió espiarlos. Don Álvaro Mesía, Paco Vegallana y Joaquín Orgaz salieron juntos. El Marquesito comprendió que a don Álvaro le estorbaba Orgaz. Oye, Joaquín, ahora que me acuerdo ¿no sabes lo que pasa? dirás.

Palabra del Dia

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