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Actualizado: 3 de mayo de 2025


El principal de todos era, como es natural, la enfermedad de su esposa coincidiendo con la aparición de la niña. Recordaba la extraña tenacidad con que se opuso a que subiese médico alguno a verla; luego el mimo, los cuidados exquisitos que se prodigaron a la criatura.

Otros jinetes quisieron salir en seguida a conquistar el aplauso de la muchedumbre, pero el de Moraima se opuso, dando preferencia a su sobrina. Si había de realizar una suerte, mejor era que saliese inmediatamente, antes que la torada se embraveciera con el continuo acoso. Doña Sol espoleó su caballo, que no cesaba de levantarse de manos, alarmado por la presencia de los toros.

Pero el doctor se opuso a tales deseos. Si iba a Madrid, ¿qué sería del triste rebaño que encontraba en él salud y protección? Además, él era un sedentario. Se sentía ligado a aquella vida de estudio y soledad, en la que cumplía sus gustos sin obstáculo alguno.

Conservaba cierta amistad con la dueña de un taller, por haber trabajado para él cuando escaseaba la faena en la fábrica de gorras. Isidro se opuso. ¡Trabajar ella, mientras él permanecía en forzosa inacción! ¡Trabajar, cuando estaba enferma y el desarreglo de su organismo la obligaba a largas horas de inmovilidad!... Adiós, idilio.

La primera, que pusieron en escena, fué la Pasión de Nuestro Señor. En un principio sólo en la Semana Santa, y después, en vista del aplauso con que fué recibida, se repitió también otros días. Al poco tiempo, y á consecuencia de los escándalos cometidos por la excesiva concurrencia, se opuso el preboste de París á su representación.

No se opuso a su erección porque jamás contrariaba los gustos de su esposa, pero se reservaba el derecho de no contribuir a su esplendor. Pocas veces se le veía en aquel círculo, y cuando se dejaba ver sólo era por cortos momentos.

Don Rodrigo quiso sostenerse sobre sus pies, pero no pudo; le brotaba la sangre á borbotones de la herida, se desvaneció, vaciló un momento y cayó. Juan Montiño se arrojó sobre él, le desabrochó la ropilla y buscó con ansia en ella: en un bolsillo interior encontró una cartera que guardó cuidadosamente. Don Rodrigo no le opuso la menor resistencia. Estaba desmayado.

El miserable miraba siempre a la monja, repitiendo con admiración: «¡Qué hermosa es! ¡qué hermosa esPor fin, la voz chillona del alcalde vino a sacarle de su éxtasis, tanto más fácilmente cuanto que la monja había abandonado el palco apoyada del brazo de la superiora, y que dos alguaciles habían sujetado la brida de su caballo, a lo que él no opuso resistencia alguna.

Estas consideraciones, hechas á solas y exageradas por la pasión inoculada por el periódico, le arrancaron una noche estas palabras: «Venderé una finca, ó la hipotecaré para sacar dinero; pero yo no me he de morir sin saber lo que es aquelloAquello era la corte; pero lo otro, de que se olvidó un momento, se le opuso en seguida á su proyecto. Y lo otro era ... el pleito.

Cuando llegó el momento crítico mostró una bravura que rayaba en heroísmo. Luis quería confiarse a un médico: ella se opuso. ¿Para qué? Con la asistencia de Jacoba le bastaba. El confiar tal secreto a otra persona era peligroso.

Palabra del Dia

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