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Actualizado: 23 de junio de 2025
Optó al fin por esto último y aguardó. Pronto le divisaron, porque había pocas personas sentadas; la brigadiera arrugó la frente en testimonio de desagrado y pasó sin dirigirle una mirada.
En el claustro se paró obra de diez segundos, para meditar. ¿Dónde escondería su tesoro? ¿En el pajar, en el herbeiro, en el hórreo, en el establo? Optó por el hórreo el lugar menos frecuentado y más oscuro . Bajaría la escalera, se enhebraría por el claustro, se colaría por las cuadras, salvaría la era, y después nada más sencillo que ocultarse en el escondrijo. Dicho y hecho.
Duraba aún la disputa, cuando don Rosendo llamó a la puerta para preguntarles si deseaban que se les sirviese el almuerzo allí o querían venir al comedor. Gonzalo optó por esto último, porque de ningún modo quería mostrarse frío con su suegro y cuñada. El almuerzo fué triste.
Por eso, sin darse ella por vencida ni cejar un punto en su tenaz empeño, y fortaleciendo siempre con el despecho y la rabia y hasta el dolor mismo su terquedad de mujer voluntariosa, siempre mimada, optó desde luego por el camino de los hábiles políticos y los diestros estratégicos y los conocedores prácticos del mundo y del corazón humano: una prudente retirada que sosegara los ánimos y diese tiempo a que las memorias olvidaran, cesasen las prevenciones, se cansaran las lenguas, y los escándalos nuevos hicieran olvidar y aun perdonar los escándalos pasados.
La que llevas en el bolsillo y que Soleá te ha dado hace un rato manifestó Velázquez con naturalidad. Se puso aún más pálido de lo que estaba. En un instante pasaron por su cerebro veinte respuestas evasivas; pero los ojos del majo estaban clavados sobre los suyos con una expresión tan resuelta y enconada que claramente vió el dilema: ó soltar la llave ó matarse. Optó por lo primero.
Pero ¿y si no tenían bastante fundamento sus sospechas? ¡Qué campanada tan imperdonable! Optó por dejar las cosas como estaban, pero sin perderlas de vista. En cuanto Nieves oyó pasos y barruntó que podían ser los de Leto, se salió al balcón y se puso de codos sobre la barandilla. Nada tenía el suceso de particular, porque la noche estaba, muy calurosa.
Estuvo vacilando en poner cartuchos con bala, pero como era difícil hacer puntería de noche, optó por los perdigones gruesos. Ni en aquella noche, ni en la siguiente, se presentó Martín, pero cuatro días después Carlos lo sintió en la huerta. Todavía no había salido la luna y esto salvó al salteador enamorado. Carlos impaciente, al oir el ruido de las hojas, apuntó y disparó.
Pepe dudó entre devolver el cuerpo del delito a su hermano u ocultarlo para que de nuevo no cayese en manos de Leocadia: por último, pensando que Tirso, aunque lo echara de menos, no tendría el atrevimiento de reclamarlo, optó por lo último.
Entonces el Conde-Duque dio a escoger al Inquisidor general entre una pensión de 1.700 ducados si se retiraba a Córdoba, de donde era natural, o quitarle las temporalidades extrañándole del reino: optó prudentemente por lo primero, y luego el privado, para mayor seguridad, cuando el escribano Alfonso de Paredes, que llevaba la causa a Roma, desembarcó en Génova, lo mandó prender y hay quien dice que permaneció quince años encarcelado.
Respondiendo a los deseos del conde, mi abuelo optó por la carrera eclesiástica, en la cual, dado su natural despejo, mi padre llegaría, probablemente, a cardenal; pero mi padre no sentía afición a los cánones, y, sobre todo, el conde, que alardeaba de volteriano, dijo en seco que no.
Palabra del Dia
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