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Apenas veía la chiquilla a Perucho, brillaban sus ojuelos, y de su boca entreabierta salía, unido a la cristalina y caliente baba de la dentición, un amorosísimo gorjeo.

Por momentos me parecía que avanzaba sobre la bandada de rostros voladores, y luego retrocedían haciendo con alegre algazara movimientos de miedo, para esconderse después tras una nube, y hacerme desde allí guiños con sus ojuelos, y encantadoras muecas con sus bocas.

¡Miedo!... ¡vergüenza! exclamó la Nela con temor, abriendo mucho sus ojuelos . ¡Vivir con ellos, viéndoles a todas horas... porque se casarán, el corazón me ha dicho que se casarán; yo he soñado que se casarán!... Pero Florentina es muy buena, te amaría mucho....

Mozos, colonos, jornaleros, y hasta el ganado en los establos, parecía estarle supeditado y propicio: el respeto adulador con que trataban al señorito, el saludo, mitad desdeñoso y mitad indiferente que dirigían al capellán, se convertían en sumisión absoluta hacia Primitivo, no manifestada por fórmulas exteriores, sino por el acatamiento instantáneo de su voluntad, indicada a veces con sólo el mirar directo y frío de sus ojuelos sin pestañas.

Los demás empezaron a estorbarse oyendo juntos aquellas murmuraciones. El Arcipreste clavaba los ojuelos negros y punzantes en el Magistral, confesor de Obdulia; parecía buscar su testimonio. El Provisor no estaba allí más que para hablar a solas con don Cayetano. Sufría sus impertinencias con calma. Le estimaba.

Lo parecía, porque así resultaba de la combinación de su flemática y natural sosera, con la malicia aparente de sus ojuelos de ratón y lo risueño de su boca. Nada, una ligera distensión que ya estaba curada con unas compresas de vejeto... tanto, que pensaba haber subido a Peleches un poco más tarde.

Deslizándose suavemente llegó al borde, y vio allá sobre el fondo verdoso su imagen mezquina, con los ojuelos negros, la tez pecosa, la naricilla picuda, aunque no sin gracia, el cabello escaso y la movible fisonomía de pájaro. Alargó su cuerpo sobre el agua para verse el busto, y lo halló deplorablemente desairado.

Uno de sus hundidos ojuelos verdes relucía felinamente; el otro, inmóvil y cubierto con gruesa nube blanca, semejaba hecho de cristal cuajado. Abriendo Barbacana el cajón de su pupitre, sacaba de él dos enormes pistolas de arzón, prehistóricas sin duda, y las reconocía para cerciorarse de que estaban cargadas. Mirando al aparecido fijamente, pareció ofrecérselas con leve enarcamiento de cejas.

Atizóse el ratón su medio cuartillo; brilláronle los ojuelos, limpió el labio con la bocamanga de la mugrienta chaqueta, y declaró con acento sincero y candoroso: Lo que es trigues..., por estos montes no debe de los haber, que si no, ya los tendría matados; pero les diré lo que me pasó un día de la Virgen de Agosto.... ¿A las tres y diez minutos de la tarde? preguntó don Eugenio.

Era hombre de carácter siempre que su tía no le clavase la flecha de sus ojuelos pardos y sagaces, y viose tan perdido que se apresuró a variar la conversación, preguntando a su tía cuántos años tenía doña Melitona.