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Actualizado: 4 de junio de 2025
La de Lemos se acercó á la camarera mayor hasta casi tocar con los labios sus oídos, y la dijo en voz muy baja: Don Rodrigo está enamorado de su majestad. ¡Explicáos, explicáos bien, doña Catalina!
Hasta aquí llega lo que podríamos llamar la prehistoria de las castañuelas. La historia moderna es familiar a todos los oídos; el repiqueteo está en todos los tímpanos. La castañuela está ya tan difundida en el mundo como el arpa eólica en los cielos.
Pero aquella vez la solemnidad del caso exaltó tanto su magín, que se le vinieron a la bocalos conceptos en la forma propia de su escuela literaria. «He aquí que el hombre vacila y se confunde ante el gran problema. ¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? Hijo mío, abre tus oídos a la verdad y tus ojos a la luz. El bien es amar a nuestros semejantes.
De pronto una nubecilla blanca apareció en una de las bordas del navío y un instante después llegó á oídos de los fugitivos una pequeña detonación. Nos han visto, dijo Tragomer. Es un tiro de fusil para llamarnos la atención. Nos observan, sin duda, con un anteojo, pero no están seguros de que seamos nosotros. ¡Respondámosles!
Por el profeta dijo el Sultán empuñando su alfanje que al primero que me asorde los oídos con esas taifas de nombres que atañen y tocan sólo a uno de mis esclavos, que le envíe la cabeza de un tajo a la punta nevada del Belet. El capitán, cesando cuerdamente en su amplificación y exactitud genealógicas, y besando otra vez la tierra, dijo: Príncipe de los creyentes... el loco es Afmed-el-Bayer.
Parte pues, de la sublevación triunfante, se había adelantado hasta el borde del foso en tumultuosa muchedumbre. Sus gritos de júbilo llegaban claros a los oídos de Miguel de Zuheros, alentaban su valor y corroboraban su confianza.
Instintivamente me detuve para escuchar embelesado, sin parar mientes en lo que pudiera hablar: pero algunas palabras que llegaron distintamente a mis oídos lograron excitar mi curiosidad, y entonces ya no me contenté con oír, sino que quise escuchar y enterarme de la conversación que arriba se sostenía.
Llegó S. E., pero el joven no se fijó en él: observaba la cara de Simoun que era uno de los que habían bajado para recibirle, y leyó en la implacable fisonomía la sentencia de muerte de todos aquellos hombres, y entonces nuevo terror se apoderó de él. Tuvo frío, se apoyó contra el muro de la casa y, fijos los ojos en las ventanas y atentos los oidos, quiso adivinar lo que podía pasar.
Reunió Perea algunos adeptos, gente de poca monta, pero no tardaron en llegar á oídos de la Inquisición los manejos del portugués, y en los comienzos de 1636 decidieron apoderarse de su persona.
Claro es que la persona que auxilia á aquel desgraciado, no le da una moneda en pago de la historia que cuenta, ni del instrumento que toca, ni del canto con que tal vez desgarra los oídos; sino que lo hace por caridad. Aquella moneda que le ha dado es una limosna, una verdadera limosna.
Palabra del Dia
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