United States or Cocos Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Calló también el estanciero, mirándolo interrogativamente. ¿Y qué tenía que ver él con todo esto?... ¿Acaso había hecho el viaje por el simple placer de darle tal noticia?... Canterac dijo el oficinista tiene por padrinos al marqués de Torrebianca y al gringo Watson. Como los dos son ingenieros, no pueden negar un servicio tan importante á un camarada. A Rojas le pareció esto muy natural.

Contemplándola Moreno con ojos más atrevidos que en los tiempos que no se creía rico y poderoso, vió de pronto cómo el rostro de la «señora marquesa» parecía velarse, lo mismo que si se deslizase sobre él la sombra de una nube invisible. Luego contrajo su boca con expresión dolorosa y se llevó las manos al rostro, para ocultar sus lágrimas. Se levantó de su sillón el oficinista para consolarla.

Estaba en la puerta del edificio principal de su estancia, cuando vió llegar á un jinete vestido como es de uso en las ciudades y sobre un caballejo que le hizo sonreir. Era el oficinista. ¿Adónde va montado en ese mancarrón?... Eche pie á tierra. ¿No le parece que tomemos un mate, amigazo?...

Entraron los dos en aquella pieza que servía de salón y despacho á don Carlos, y mientras una criadita preparaba el mate, vió el oficinista por una puerta entreabierta á la hija de Rojas sentada en una butaca de mimbres, con aire pensativo y triste. Llevaba traje femenil, y al abandonar las ropas masculinas parecía haber perdido su audacia alegre de muchacho revoltoso.

Canterac quiso mostrarse bondadoso y aceptó las excusas del oficinista, dándole unas palmaditas en la espalda. No he podido dormir en toda la noche, querido Moreno. Tengo un proyecto y quiero consultarlo con usted. Necesito aplastar á ese intrigante que se atreve á medirse conmigo... Aquí todos se consideran iguales, como si se hubiesen suprimido en el mundo las jerarquías.

Celebraba esta ocasión que le iba á permitir mostrarse ante la «señora marquesa» en la misma actitud de un héroe de novela. «Acepto todas las condiciones había dicho á Moreno por terribles que sean. Quiero hacer ver que, aunque empecé como un simple trabajador, soy más valiente y más caballero que ese capitánAcabó el oficinista por mover otra vez su cabeza afirmativamente.

Adoptó el oficinista una expresión suplicante para seguir hablando. ¿Qué podía importarles á los dos lo que murmurase la gente?... Además, en Europa no los conocía nadie. Vivirían en París, la ciudad maravillosa tantas veces admirada por él en las novelas y que nunca habría visto de no ocurrir la muerte de Pirovani.

Yo no creo poseer las condiciones que usted me supone, señora marquesa; pero en fin, soy hombre de números, hombre de orden, y tal vez podré hacer buenos negocios, lo mismo que los hacen otros... ¿Cómo no? Hubo un largo silencio, y el oficinista, que se mostraba inquieto por lo que iba á decir, balbuceó al fin tímidamente: Usted podría venir conmigo á Europa... para aconsejarme.

Temía, con la credulidad del celoso, que Canterac hubiese conseguido un gran avance sobre él durante el corto paseo. Sonrió con una alegría pueril al contarle el oficinista cómo varias veces la «señora marquesa» le había pedido que se colocase entre ella y el ingeniero francés para mantenerlo á gran distancia.

Tenía demasiados años para entrar en la Escuela Naval. Además, quería navegar por todos los océanos, y aquellos marinos sólo tenían ocasión de ir de un puerto á otro, como las gentes de cabotaje, ó pasaban años y años sentados en un ministerio. Para envejecer como un oficinista, era preferible reconquistar la notaría de su padre.