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Yo comprendí en seguida que no había ningún peligro repuso Huberto, tratando de justificarse, tenía tiempo de llamar, y no me creí obligado a ensuciarme las manos por un apresuramiento inútil. Es ridículo perder la cabeza por tan poca cosa. Pero contestó María Teresa en un tono de suave ironía, no me habría disgustado verlo desafiar por el peligro de tiznarse un poco las manos.

La materia de la religión, que es la necesidad de castigar en un mundo imaginario los males impunes del mundo real, y de premiar en otra vida las bondades no gratificadas en ésta, está viniendo a menos constantemente por el progreso moral de la especie humana, y se puede prever desde ahora que, cuando todas las acciones malas sean castigadas o perdonadas, y todas las buenas sean premiadas aquí, Dios se quedará sin tener nada que hacer allá, y a menos que se empeñe en ser más malo que los hombres, castigando lo que éstos olvidan, y dándoles, quand même, recompensas a que no aspiren, se verá obligado a clausurar definitivamente el purgatorio, el infierno y el cielo, dejando sin empleo a todos sus ministros en la tierra.

El encuentro fué, ciertamente, desgraciado, pues apenas se vieron los rivales, enzarzáronse de palabras, tirando de las espadas, y, con gran cólera, se arremetieron briosamente; mas como quiera que los Esquiveles eran varios, y en auxilio de ellos vinieran algunos criados, vióse el caballero, que estaba solo, obligado á huir, arrojando el acero.

Siempre que hablo con él, me ofrece un puro magnífico: «Che, Maltrana, oiga, galleguito simpático...». Y crea usted que es un hombre de gran sentido, que sabe ver las cosas como pocos... Eche una mirada al obispo, con toda su familia de admiradores tiránicos. Le han obligado a ponerse la sotana de seda con faja carmesí. ¡Y cómo le brilla la cruz!

Admitiendo la hipótesis que yo he abrazado, se comprenderá fácilmente que Racine, aún más sometido que Corneille a las exigencias académicas, y para colmo de desgracias obligado a ser cortesano, haya producido menos tipos sorprendentes cuya expresión viva y original representa, con toda la exactitud de una cifra, el valor real del poeta.

Esteven marchaba derecho a su objeto, imperturbable; despertada su codicia con el manejo de intereses, cuya tercera parte le correspondía, parecióle poco esto y quiso apoderarse de todo: muchas noches pasó en vela, con la visión de aquella fortuna que tenía en sus manos, y que estaba obligado a repartir; tonto sería él si desperdiciaba la ocasión de enriquecerse, de realizar su sueño dorado, tan a poca costa.

Estarás muy alegre, naturalmente... ya se te irá el gozo al pozo, viejo cucaracha, que te pasas la vida royendo papeles y reputaciones. Estoy seguro que dirás a tus compañeros: Ese, ése, es el que me robó la fortuna y me dejó en la miseria y me ha obligado a apechugar con este empleo miserable; si no fuera por él, me pasearía, en gran carruaje, por esas calles.

Ya bien entrado el día creyó que era un deber suyo dar parte á su padre de lo que le acontecía, y tomó la pluma para escribir una larga carta. Pero una vez puesta á ello sólo pudo escribir lo siguiente: «Padre de mi alma: Mi lealtad y la reina me han obligado á casarme; pero al casarme no he hecho un sacrificio. Soy feliz. Mi marido se llama don Juan Téllez Girón.

Aunque muy sagaz, su lascivia le cegaba hasta el punto de no comprender que la Amparo era más interesada y astuta de lo que él se figuraba. Cuando llegó al hotelito de mazapán, serían las tres de la tarde. Amparo estaba conferenciando gravemente con la modista; de modo que se vió obligado a esperar un rato leyendo los periódicos.

He venido tan sólo á tener el placer de decirle á usted que es un mal caballero y un hombre corrompido; á sufrir las consecuencias de esta acusación, porque yo no temo á adversario ninguno, por temible y fuerte que sea, cuando me creo obligado á vengar un agravio.