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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Conque vedla, ¡sí, vedla! ¡Saludad á la Granadina de Granada bajo cualquiera de las formas en que aparece á nuestros ojos! Ya es la noble, la distinguida, la delicada aristócrata de aquella tierra clásica de lo regio.....
No tengo que añadir sino dos o tres rasgos secundarios. Quizá mi deseo sea una puerilidad, pero me agradaría que hubiera nacido como yo en noble cuna.
El ocio noble era la inversión del tiempo que oponían, como expresión de la vida superior, a la actividad económica.
Si habéis gozado la honra de acompañar alguna vez en sus expediciones gloriosas por la carrera de San Jerónimo a uno de estos jóvenes y habéis incurrido en la flaqueza de alabar la hermosura de alguna niña modesta, de seguro le habréis visto fruncir el noble entrecejo, alargar el labio inferior en testimonio de desdén y dejar caer estas o semejantes palabras: ¡Pero, hombre, que siempre te has de fijar en estas cursilillas de media tostada!
El susto que éste llevaba en el cuerpo no le impidió sorprenderse de la confianza extraña del criado. ¡Un señor tan rico, tan noble, tan misterioso, tuteado por un criado!
Grande había sido la alegría de las monjas de Romsey al saber que la noble cuanto hermosa Constanza de Morel había pedido ser recibida como hermana suya, tras corto noviciado.
Este viejo caballero estaba ayer mismo reluciente y llevaba erguida una noble faz, muy rasurada, peluda, adornada con una gran nariz delgada y subrayada por un bigote en forma de paréntesis. ¡Parecía un bravo jabalí domesticado! Hoy no es mas que un mísero vejete, repentinamente encorvado, que parece implorar la caridad. ¡Compréndese que este hombre no se teñirá más!
Casi universalmente la noble musa trágica y cómica se veía reducida, en los últimos tiempos de los emperadores, á asistir á groseros espectáculos y rústicas farsas, en las cuales se reflejaba la profunda degeneración de aquella edad.
«Oh, Mesía era más noble, luchaba sin visera, mostrando el pecho, anunciando el golpe.... No había abusado de su amistad con don Víctor, no había insistido. ¡Pero los dos la amaban!». La tristeza de Ana encontraba en este pensamiento un consuelo dulce sino intenso. «Ella no podría ser de ninguno; del Magistral no podía ni quería.... Le debía eterna gratitud... pero otra cosa... sería un absurdo repugnante.
Cuéntase allí, que un caballero dió palabra de casamiento á cierta dama sevillana y noble, poniendo por testigo á la Virgen de la Merced, cuya escultura existía en la iglesia del convento del mismo nombre.
Palabra del Dia
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