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Actualizado: 24 de septiembre de 2025
A los niños se les hace creer que la fantasma ha de tragarlos, ó que ha de hacerles algun otro daño, y por esto en presentándoseles semejante objeto, temen, esto es, se excita un movimiento para apartarle. Todo esto dexa raices y impresiones muy hondas: de suerte que muchas veces suele el juicio dexarse llevar de ellas, y cae en el error.
Todos los días, en cuanto amanece Dios, le doy tres ó cuatro á María para que me compre buñuelos. ¡Sí darás! murmuró María-Manuela con mal humor. ¡Disgustos! ¡Y bofetás! añadió Velázquez riendo. Sólo los jueves por la tarde. Tengo ese ramo bien organizado. ¡Vaya, no te las eches de plancheta, hijo profirió la irascible María, que se va á creer la gente que te comes los niños crudos!
Don Lorenzo, don Agapito, don Pancho, don Aquilino, don Germán y don Justo, eran indianos, esto es, gente a quien sus padres habían enviado a América de niños a ganarse la vida y habían vuelto entre los cincuenta y sesenta años con un capital que variaba de treinta a cien mil duros. Había de éstos más de cincuenta en Sarrió.
De los grupos salían mujeres y niños, que se arrojaban sobre ellos queriendo detenerles. ¡Agüelo! gritaban los nietos. ¡Pare! gemían las mocetonas. Y los animosos vejetes, irguiéndose como los rocines moribundos al oír el clarín de las batallas, repelían los brazos que se anudaban a sus cuellos y piernas, y gritaban contestando a la voz de su jefe: ¡Presente, capitá!
Y aquel con quien había vivido diez años y más, desde que éramos niños y que lo compartíamos todo... mi amigo íntimo en quien yo tenía confianza, «alzó el pie contra mí y trabajó en mi ruina». ¡Oh! pero era un malvado. No creo que haya otro que se le parezca dijo Dolly . Sin embargo, estoy muy perpleja, maese Marner; me parece que me acabo de despertar y que no sé si es de día o es de noche.
14 Solamente las mujeres y los niños, y los animales, y todo lo que hubiere en la ciudad, todos sus despojos, tomarás para ti; y comerás del despojo de tus enemigos, los cuales el SE
Sólo dos seres, los más débiles e indefensos, Paquito y Lilí, resistían a la voluntad omnipotente del desvergonzado parásito, a quien el instinto de ángel de ambos niños representaba siempre como un reptil bañado por los rayos del sol, brillante a la vez que asqueroso.
¡Cómo! profirió la señora con voz alterada . ¿No sabe usted que le tengo prohibido que nadie bese a los niños...? ¡Y les besa una mujer que vive en uno de esos barrios sucios, llenos de miseria, y habita en una casa que será seguramente un foco de infección...! ¡Ahora mismo a desinfectar a estos niños! ¡Ahora mismo, sin pérdida de tiempo!
A dos dedos de la sepultura me pone á veces, le respondió Cador, y no hay mas que un remedio para aliviarme, que es aplicarme al costado las narices de un hombre que haya muerto el dia ántes. ¡Raro remedio! dixo Azora. No es mas raro, respondió Cador, que los cuernos de ciervo que ponen á los niños para preservarlos del mal de ojos.
Los niños vivian. Para arrancárselos á la mujer que ocupaba el lecho, fué necesario enderezar aquellos brazos rígidos, que tenia presas á las dos criaturas. Para arrancar esas criaturas á la mujer que ocupaba aquel lecho hediondo, fué necesario luchar con su cadáver. Aquella madre abrigó á sus hijos con su desnudez; los calentó con su propio frio, con el frio de la muerte.
Palabra del Dia
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