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Un cuarto de hora después, algunas piedras pequeñas que rodaban, me indicaron que alguien bajaba la cuesta. No tardó en aparecer un indio montado en un caballito alazán, flaco, pero de piernas delgadas y nerviosas. Me paré en medio del camino y a veinte pasos mi hombre se detuvo intrigado, sin duda por mi traje exótico en aquellos parajes.

Dan animación a este paisaje, aquí una cabra levantada sobre sus patas traseras que parece suspendida de los verdes festones; allá una pequeña carreta tirada por grandes bueyes, y el chirrido ronco y continuo de la rueda y la canción salvaje del Dragoubras, y el aspecto ágil del montañés de Arrés que monta en pelo a uno de esos caballitos negros, de pelo rizado, de ojo brillante, de patas nerviosas, que franquean los salientes de la costa con tanta ligereza como un camello.

Además, la vida resulta imposible en el mundo, la guerra lo amarga todo. La existencia en París es triste. No hay gente, no hay luz: los «Gothas» tienen inquietas y nerviosas á las personas de nuestro mundo y las hacen emigrar... Y he pensado instalarme aquí hasta que termine la demencia europea. Va para largo dijo Castro. Así lo creo.

La estremidad de las últimas ramificaciones nerviosas son las que parece sienten primeramente, ó de un modo mas pronunciado, su influencia, y los centros nerviosos solo se afectan despues del golpe ó directamente por la afeccion de los vasos capilares, lo cual esplica su accion sobre el cerebro y la médula oblongada.

La disyuntiva era terrible y fácil de entender. La señora dijo que enganchase el boghey para usted tartamudeó el infeliz. ¡Al diablo el boghey! El tordo fue ensillado tan rápidamente como las nerviosas manos del asombrado mozo pudieron manejar las correas y hebillas.

Las chicas nerviosas prestaban sin querer inquieto oído a la voz de los marineros en proa. Una señora recién casada se atrevió: ¿No serán águilas?... El capitán se sonrió bondadosamente: ¿Qué, señora? ¿Aguilas que se lleven a la tripulación? Todos se rieron y la joven hizo lo mismo, un poco avergonzada. Felizmente un pasajero sabía algo de eso. Lo miramos curiosamente.

Sus ojos adquirían el brillo misterioso de la pubertad; los trajes parecían estrecharse con el impulso de las formas cada vez más llenas y redondeadas y las faldas bajaban hasta los pies, cubriendo algo distinto de aquellas tibias infantiles, secas y nerviosas, vistas tantas veces por la gente de la Galería. El signor Boldini, su maestro de canto, estaba admirado de la hermosura de su discípula.

Algunas mujeres nerviosas derramaban lágrimas sin motivo. El buque iba hacia el lugar donde el otro había sido torpedeado, y esto era suficiente para que los alarmistas se imaginasen que el enemigo permanecía aún inmóvil en el mismo sitio, esperando su llegada para repetir el atentado.

Lo que pasó en esta entrevista no se supo, pero pudo observar quien le siguiera los pasos que Laguardia se quitó las gafas para limpiarlas tres o cuatro veces antes de llegar a casa; signo evidente de preocupación: las habituales contracciones nerviosas de su rostro se multiplicaron hasta llamar la atención de los transeúntes. No se alteró el curso de los sucesos en apariencia.

Habia en ella algo mas que el simple sentido de las palabras, cuando el trovador armonizaba su bello lenguage con los sones melodiosos de su arpa; cuando la inspiracion guerrera le suministraba rimas enérgicas, nerviosas y resonantes; cuando espresaba la embriaguez del amor por medio de sonidos tristes y voluptuosos.