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Actualizado: 14 de junio de 2025
Jacinta trincó a su marido por el brazo y le llevó un poquito aparte: «Y qué, nene, ¿hay barricadas?». No, hija, no hay nada. Tranquilízate. ¿No volverás a salir esta noche?... Mira que me asustaré mucho si sales. Pues no saldré... ¿Qué... qué buscas? Jacinta, riendo, deslizaba su mano por el forro de la levita, buscando el bolsillo del pecho.
Julián ponía a Dios por testigo de que deseaba esto último, si bien al pensar qué podía suceder le entraba una hipocondría mortal. La idea de no ver más a nené durante meses o años, de no tenerla en las rodillas montada a caballito, de quedarse allí, frente a frente con Sabel, como en oscuro pozo habitado por una sabandija, le era intolerable.
Ella lo miraba con mucho cariño, como si le preguntase cosas: y él la miraba con los ojos tristes, como si quisiese echarse a llorar. Pero enseguida se ponía contento, se montaba a Nené en el hombro, y entraban juntos en la casa, cantando el himno nacional.
De allí sacaría el huerfanito que quería prohijar. Pues digo... si estaba todavía en el establecimiento aquel mismo nene que su tío Pepe Izquierdo quiso venderle a Jacinta, ¡qué ocasión, Cristo!, ¡qué golpe! Que vieran, sí, que vieran cómo también ella... Pero pronto había de ocurrir algo que desconcertó por completo el plan de adoptar un huerfanito.
Pero ni el nene había soñado jamás con la piedra filosofal, ni reparaba en los rendimientos de sus empresas cuando maldito el capital arriesgaba en ellas.
Vendrá, vendrá él, y te aseguro que si tarda cuatro días es mucho tardar. ¿No ves que esa familia no tiene un nene que la alegre?... ¡si se están todos muriendo de ganas de chiquillo...! Tú, trabájalo bien, que nos ha venido Dios a ver con este hijo de nuestras entrañas... Yo estoy muy orgullosa, porque él Santa Cruz es como hay Dios; pero su poco de Izquierdo no se lo quita nadie: las dos familias están de enhorabuena... Ya he empezado yo a sacudirme las pulgas, y esta tarde le eché su puntadita a Plácido para que nos diera la casa gratis... ¿Qué te crees?... Si están los Santa Cruz con tu hijo como chiquillos con zapatos nuevos... Te diré una cosa que no sabes.
Y una vez le sucedió a Nené una cosa muy rara: le pidió a su papá dos centavos para comprar un lápiz nuevo, y se le olvidó en el camino, se le olvidó como si no hubiera pensado nunca en comprar el lápiz: lo que compró fue un merengue de fresa. Eso se supo, por supuesto; y desde entonces sus amiguitas no le dicen Nené, sino «Merengue de Fresa». El padre de Nené la quería mucho.
Me hubiera sido más fácil soportar la muerte de mi nene y nuestra vida hubiera podido parecerse más a lo que antes pensábamos que sería. Las lágrimas de Nancy empezaron a correr y ella cesó de hablar.
No: esa hoja no se ve más, para que no se enoje su papá. ¡Muy bonito que es este libro viejo! Y Nené está ya casi acostada sobre el libro, y como si quisiera hablarle con los ojos. ¡Por poco se rompe la hoja! Pero no, no se rompió. Hasta la mitad no más se rompió. El papá de Nené no ve bien. Eso no lo va a ver nadie. ¡Ahora sí que está bueno el libro este! Es mejor, mucho mejor que el arca de Noé.
El más glorioso conquistador no aventajaba en orgullo y satisfacción a Perucho en tales momentos, cuando juzgaba evidente que había salvado a la nené de la degollación segura y puéstola a buen recaudo, donde nadie daría con ella.
Palabra del Dia
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