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Actualizado: 6 de junio de 2025


Este, sentado entre una barricada de melones y sandías, parecía una figura chinesca, y atraia con sus galantes invitaciones; aquel, como un mostrador ambulante, llevaba sobre la cabeza una enorme artesa ó canasta de mimbres, donde bailaban á cada movimiento los panecillos de azúcar ocañera, las cajetillas de suculento ariquipe, los atados de cigarros y los olorosos panes de maiz; y el de mas acá ó mas allá se pavoneaba con una torre de abisperos de papelon, de tortas de cazabe y de otras muchas golosinas que son el regalo de los viajeros de menor cuantía y los navegantes.

Curábale su esposa con amor, aunque no sin gritos, pues el maldecir a la marina y a los navegantes era en su boca tan habitual como los dulces nombres de Jesús y María en boca de un devoto.

El clima poderoso había templado al hombre como en ninguna otra parte del planeta, dándole una fuerza seca y resistente. Curtidos y bronceados por una absorción profunda del sol y de la energía del ambiente, sus navegantes pasaban al estado del metal. Los hombres del Norte eran más fuertes, pero menos robustos, menos aclimatables que el marino catalán, el provenzal, el genovés y el griego.

Por otra parte, los españoles no somos ni navegantes ni industriosos, y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos, en cambio de nuestras materias primeras; y ella y nosotros ganaremos en el cambio; la Europa nos pondrá el remo en la mano y nos remolcará río arriba, hasta que hayamos adquirido el gusto de la navegación.

Bien se puede afirmar que el poder de los elementos, sojuzgado y hechizado por la confianza magnánima de nuestros navegantes, se complació en favorecerlos, haciendo fácil y rápido su viaje. Pronto, casi siempre a la vista de la extensísima costa, llegaron al extremo sur del continente negro.

En efecto, habían ido más allá de cuanto habían surcado con sus quillas los más audaces navegantes, árabes, chinos, japoneses y portugueses; más allá de lo hasta entonces explorado y hasta soñado. Nadie había llegado jamás adonde ellos estaban, o si había llegado nadie había vuelto. Hacía ya no pocas semanas que sólo veían cielo y mar. El mar se les antojaba infinito como el cielo.

Se tenía por dichoso siempre que no le faltase el tabaco y pudiera enviar su sueldo íntegro á la mujer y los hijos, que vivían allá en la Marina. Su ambición era la de todos los navegantes modestos: comprar un pedazo de tierra y hacerse labrador en su vejez. Los pilotos vascos soñaban con praderas y manzanos, una casita en una cumbre, y muchas vacas.

dos palabras importantes, mi general: «Mandarín» y «». El héroe se pasó la mano de gruesos tendones sobre la horrible cicatriz que le cruzaba la calva: «Mandarín», amigo mío, no es palabra china y nadie la entiende en este país. Es el nombre que en el siglo XVI, los navegantes de su patria, de su hermosa patria... Cuando nosotros teníamos navegantes... murmuré suspirando.

Además, al final de sus viajes estaba Marsella, y en una de sus callejuelas un salón rojo adornado de columnas simbólicas, donde se encontraba con navegantes de todas las razas y todas las lenguas, entendiéndose fraternalmente por medio de signos misteriosos y palabras rituales.

Gente interesante la que se reunía en estas islas avanzadas del Mar Tenebroso dijo Maltrana . Navegantes ávidos de novedad, hombres de estudio que a la vez eran hombres de acción, sentíanse atraídos todos ellos por el misterio del Océano.

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