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Actualizado: 17 de junio de 2025


Allí se cuentan sus amores, se apunta al amante con el dedo, se ridiculiza al marido, se narra la última aventura con verdadera e íntima fruición; las lenguas, como otras tantas navajas de barba, no se contentan con afeitar; degüellan, ultiman, descarnando la honra como se descarna un cadáver en la sala de autopsias.

Mal lo hubiera pasado el valeroso caballero si no hubiera tenido un buen revólver de seis tiros, con el cual les apuntó exclamando: ¡Ahora vais á ver, cobardes, de qué os sirven las navajas! Los gañanes, al ver el arma, diéronse á la fuga. El caballero les persiguió largo trecho, obligándoles á echarse á un arroyo y pasarlo con el agua hasta la rodilla.

El galán que la acompañaba salió á su defensa: se había trabado una lucha en la cual tomaron parte los amigos de uno y otro: brillaron las navajas, y hubiera habido que sentir si los muchos concurrentes no sujetasen á los gladiadores y la policía no llegase al punto.

Algunos malcontentadizos habían observado, meneando la cabeza, que todo se había renovado en el laboratorio de Ramón Pérez, menos las navajas; pero él respondía que eran hombres del otro jueves, y que no habían perdido la antigua maña de observar el fondo de las cosas; cuando la regla del día era dar únicamente importancia a la exterioridad y a la apariencia.

Espántase, huye de allí; y por ser el más cercano, según su cuenta, da en el pueblo del narrador y refiere lo que ha visto. Acude éste allá por su cargo, acompañado en debida forma, y resulta verdad lo denunciado por el pastor. Tres eran, en efecto, los cadáveres, y de personas bien conocidas en el lugar, y bien pertrechados iban de armas de fuego... y hasta de cuerdas y navajas.

Nácenle las barbas, y hele allí maldiciendo ya del barbero y de las navajas. ¿Cuándo hallaré en mi Filis correspondencia? le grita en el fondo de su corazón un deseo innato de amor y de ser amado. Ya oyó el . ¡Gozó el bien que deseaba! Y ya maldice del amor y sus espinas. ¿Le prefiere Laura?

Los bar-rooms estaban llenos; no se oía más que la voz ronca y gutural de los negros de Jamaica, la eterna blasfemia del marinero inglés y el hablar soez de algunos gaditanos. Salían y en la primera mesa arrojaban una moneda, luego otra y, una vez exhaustos, la emprendían con el vecino, las navajas relucían y sólo con esfuerzo era posible separarlos.

En la calle no se encuentra sino al pobre vendedor de legumbres, sucio y harapiento; los barberos afilan filosóficamente sus navajas, detras de sus celosías bajas; los aguateros asturianos empiezan su tarea, arriando sus diminutos pollinos cargados de pequeños toneles de agua; los mozos de café, trasnochados por sus innumerables é inamovibles parroquianos, bostezan, se estiran voluptuosamente, y hacen traquear sus coyunturas como matracas.

Esto es absurdo decía De Pas . ¿Quiere usted ser el Obispo de Los miserables, un Obispo de libro prohibido? ¿Hace usted eso para darnos en cara a los demás que vamos vestidos como personas decentes y como exige el decoro de la Iglesia? ¿Cree usted que si todos luciéramos pantalones remendados como un afilador de navajas o un limpia-chimeneas, llegaría la Iglesia a dominar en las regiones en que el poder habita?

En otros puntos suelen afilar los espolones de los gallos, pero en Filipinas se les arma de navajas, y la casualidad más bien que la destreza, decide la cuestión. Mueren todos los días una infinidad de gallos, pero no por eso se disminuye su número, pues difícilmente se encontrará un pueblo que no cuente con más gallos que habitantes.

Palabra del Dia

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