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No; Angelina vivía para mi, yo vivía para ella; la desgracia y el amor habían unido nuestras almas, almas hermanas, nacidas una para otra, creadas para formar una sola: «Dos almas con un mismo pensamiento Y palpitando acorde el corazón». Sentado al pie de aquel naranjo, mudo testigo de nuestro amor, pensaba yo en Angelina, cuando llamaron a la puerta.

Personas de gusto substituyen el mate original por vasijas de la misma forma, hechas de plata labrada o de madera preciosa, como el palo santo. En la botánica la planta con que se hace la bebida es un acebo o ilex, familia en la cual está encina. Esta planta es un arbusto de hojas siempre verdes, muy frondoso y bello, que de lejos parece un naranjo sin espinas.

Y en medio de esta sed rabiosa, había que economizar líquido para dar de beber al caballo, al toro procreador, a la vaca de vientre, al naranjo en maceta, al olivo de plantel, a todas las novedades animales y vegetales que llevaban allá como tesoros, estimados en más que la vida de los hombres... Y como si no bastasen tantas tribulaciones, habían de abrirse paso a cañonazos entre los buques enemigos, ingleses, holandeses o franceses, que, según las variaciones de la política española, les salían al encuentro para impedir sus viajes.

Sus pies se despegaron del suelo, se sintió elevada; un impulso brutal la hizo caer de costado al pie de un naranjo, al mismo tiempo que en sus ropas se agitaban unas manos convulsas, estremecidas, que herían las carnes con caricias de fiera. Fue una lucha brutal, innoble que duró unos instantes. La walkyria reapareció en la mujer vencida.

Dígolo, porque soy de los que opinan en los ratos que estoy de opinar algo sobre algo, con muchos fisiólogos y con Gall, sobre todo, que el alma se adapta a la forma del cuerpo, y que la materia en forma de hombre da ideas y pasiones, así como da naranjas en forma de naranjo.

En la plazoleta, frente a la cerrada casa, correteaban las gallinas. Rafael, abrumado por el esfuerzo de aquella confesión, en la que daba curso a las angustias y ensueños de muchos meses, se apoyó en el tronco de un viejo naranjo. Leonora estaba frente a él escuchándole con la cabeza baja, rayando el suelo con la contera de su roja sombrilla.

Luego, al saltar a otro país de cocoteros y bosques enmarañados, con ríos como mares, llanuras de infernal ardor, volcanes de cima humeante y lagos suspendidos entre cordilleras vecinas a las nubes, volvía a encontrar vestido de blanco, con el sombrero de paja en la mano, el mismo hidalgo cortés y ceremonioso; la dama de breve pie y ojos andaluces, discreta, juguetona y devota como una tapada de Lope; el antiguo convento colonial con sus torres encaperuzadas de azulejos que desgranan el campaneo de las horas en las tardes ardorosas o las noches lunares sobre calles de rejas ventrudas impregnadas de perfume de naranjo y de jazmín.

Enseñaba a su asustadiza madre un saco guardado a la sombra de un naranjo. ¿Ve usted esto?... Es un quintal de pólvora. Hasta que no lo queme no descanso. Y madó Antonia temía asomarse a las ventanas de su cocina, y las monjas que ocupaban una parte del antiguo palacio mostraban un instante sus tocas blancas, ocultándose inmediatamente como palomas amedrentadas por el continuo tiroteo.

¡Eh! ¿Qué es esto, Rafael?... ¿Qué atrevimientos se permite usted? Y con sólo un impulso de sus soberbios brazos envió al tembloroso joven contra el naranjo, haciéndole vacilar sobre sus pies. Quedó el joven cabizbajo y como avergonzado. Ya ve usted que soy fuerte dijo Leonora con voz algo temblona por la ira. Nada de juegos o saldrá usted perdiendo.

Por los callejones transversales, obscuros y solitarios, venían bocanadas de brisa primaveral cargada de perfumes de jardín, de olor de naranjo, de aroma de las flores alineadas en tiestos tras rejas y balcones. Blanqueaba el azul del cielo con la caricia de la luna, que se desperezaba sobre el plumón de las nubes, avanzando el rostro entre dos aleros.