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Gertrudis menea la cabeza como diciendo: «No regañes...» Después se levanta, murmura casi sin mover los labios un «buenas noches» apenas perceptible, y entra en la casa. Martín la sigue. Juan, con la cabeza entre los brazos, se pone a pensar. La ve todavía levantarse delante de él con los ojos brillantes, y después desplomarse de pronto, como herida del rayo.

¡Bueno! ¡Empieza! Es a propósito... balbucea, es decir, me parece que... ¿qué piensas al respecto?... no puedes continuar durmiendo en esa cama espantosa, sobre un jergón... ¿Y si a me gusta dormir así? No me comprendes... murmura, cada vez más turbada; después... cuando... en fin, una vez que te cases...

-Pues sabed -prosiguió el mozo- que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquélla que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. -Por Marcela dirás -dijo uno.

Allá abajo, el río lo llama, la cascada muge sordamente a través de la noche silenciosa, y las gotas que saltan brillan a los rayos de la luna. Ella deja caer su cabeza hacia atrás, sobre el brazo de Juan; una sonrisa dolorosa vaga por su boca entreabierta; sus párpados se han alzado, y en su pupila obscura se refleja la luna. ¿Dónde estamos? murmura. A la orilla del agua dice él jadeante.

Difícil es decirlo... Ocupa un puesto de confianza. ¡Ah! tiene un gran corazón... un gran corazón... ¿Ese gran corazón roba todavía un poco de harina de los sacos? pregunta Juan riéndose. Martín se encoge de hombros con disgusto y murmura algo como: «Veintiocho años de servicios» y «hay que cerrar los ojos

En cuanto se ve sola con Juan, le murmura en tono de súplica: Ve a buscar las canciones. Entonces se sientan en un rincón retirado, y juntan sus cabezas; durante la lectura sienten con delicia que un estremecimiento de voluptuosidad les recorre el cuerpo. He aquí, en primer lugar, esa poesía extraña: EL CONDE ORSINSKI A SU AMADA

Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón.

Siempre el mismo ru, ru... ¡llega á marear! ¿No observas con qué gravedad murmura esta gran culebra?... Parece un maestro que nos está sermoneando, sin cansarse jamás de darnos consejos... Escucha ahora sin embargo... ¡Qué notas de flauta tan hermosas!... Ya vuelve al ru, ru... Otra vez la flauta... Parece que interrumpe su sermón para hacernos una caricia...

Y luego, si por casualidad aciertan, insistirán en sus censuras, llenando de vituperios a los pobres perdidosos. ¿No se lo dije yo a usted? Si era infalible... Yo prefiero ganar diez duros a negro murmura una voz que 1.000 pesetas a encarnado. ¡Qué quiere usted! Es una manía. Además, no me sería posible jugar a encarnado. ¡Hace ya noventa y un años que juego a negro...!

Para enterrar sus difuntos tienen cementerios señalados, y la fiesta fúnebre se reduce á colocar sobre la sepultura del finado la cabeza de un pollo con un áscua encima, mientras el Pandita murmura las oraciones adecuadas.