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La pobre cama de Inesita, las tres sillas que tenía y un pequeño velador, sobre el cual había recado de escribir, eran la pulcritud misma. Completaba el mueblaje un armario de pino con puertas vidrieras, dentro del cual había varios libros y no pocas curiosidades y primores de casi ningún valor, pero que allí estaban custodiados como si fueran los más portentosos objetos de arte.

Vegallana tenía en mucho la severidad de su despacho; nada más serio que el roble para casos tales. La «sobriedad del mueblaje» rayaba en pobreza. ¡Mi celda! decía el Marqués con afectación. Daba frío entrar allí y Vegallana entraba pocas veces. De las paredes del salón de antigüedades pendían tapices más o menos auténticos, pero de notoria antigüedad.

Dorotea estaba serena; sus lágrimas se habían secado; sólo quedaba en su semblante, como vestigio de la pasada tormenta, una profunda gravedad. El bufón guardaba también silencio. Casilda y Pedro llevaron los cofres á su lugar y pusieron en orden el mueblaje.

Mudaron de rumbo, dirigiéndose al enorme caserón, donde penetraron por la puerta que daba al huerto, y habiendo recorrido el claustro formado por arcadas de sillería, cruzaron varios salones con destartalado mueblaje, sin vidrios en las vidrieras, cuyas descoloridas pinturas maltrataba la humedad, no siendo más clemente la polilla con el maderamen del piso.

Lucía el Casino entre su maltratado mueblaje un caduco sofá de gutapercha, gala del gabinete de lectura: sofá que pudiera llamarse tribuna de los maldicientes, pues allí se reunían tres de las más afiladas tijeras que han cortado sayos en el mundo, triunvirato digno de más detenido bosquejo y en el cual descollaba un personaje eminentísimo, maestro en la ciencia del mal saber.

Nada faltaba allí para el mueblaje natural de un lugar de reposo y de delicias; ni los pilares rústicos, formados por las cuarenta y cinco encinas diseminadas por la pintada alfombra, ni el artesonado inimitable del follaje agitado por el hálito intermitente que reanima al caminante, ni la melodiosa música de ruiseñores y pinzones que cantan cerca del nido donde empolla la hembra, ni el blanco cojín de musgo seco formado junto al tronco de los árboles, ni el sonoro curso del arroyo filtrando entre las matas tiernas de los juncos, tanto más lustrosos cuanto más oscuros, para ir a perderse entre los prados, ni el vapor que rodea las montañas, agrupadas como panorama griego, que vistas entre las ramas, parece que se admira un cuadro desde una ventana abierta entre ondulantes cortinas.

Bueno es decir, para que lo sepan los historiadores, que con las módicas ventajas pecuniarias adquiridas por aquel medio honestísimo habían renovado las señoras parte del mueblaje, aunque todas las piezas de antaño se conservaban, sostenidas por los remiendos y pulidas por el tiempo y el aseo. ¡Cosa admirable! el reló 2 había vuelto a andar; mas por malicia del relojero o por un misterio mecánico imposible de penetrar, andaba para atrás, y así después de las doce daba las once, luego las diez y así sucesivamente.

Un tapicero de gran nombre se encargó de corregir y suavizar el desmedido lujo de un mueblaje chillón y extravagante. Hecho esto, la amiga de madama Scott tuvo la suerte de encontrar, desde el primer momento dos artistas eminentes, sin los cuales no podría fundarse ni funcionar una gran casa.

La casa era viejísima y ruinosa, de esas que después de haber sido palacio de ricos pasan a ser morada de labradores miserables. Habitábala una mujer con cuatro chicos menores. El esposo y dos hijos adolescentes estaban en la acción. Personas, vivienda, mueblaje, animales domésticos, todo allí tenía un triste sello de abandono, indigencia y atraso.

Esta otra habitación va mejor con mis gustos. Había entrado en el dormitorio de la señora Desnoyers, admirando su mueblaje Luis XV, de una autenticidad preciosa, con los oros apagados y los paisajes de sus tapicerías obscurecidos por el tiempo. Era una de las mejores compras de don Marcelo.