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Ramiro pensó que, al hacer su reaparición en la asamblea, todos los rostros se volverían hacia él, y que hasta los varones más graves se adelantarían a cumplimentarle por su proeza. Guarecido casi de su herida, pero flaco y sin fuerzas, vistió una tarde su traje más lujoso, se ciñó la daga del morisco y presentose en la sala pequeña, que hacía las veces de primer recibimiento.

Hallábanse una tarde asomados sobre las peñas, y contemplando en silencio, con las manos confundidas, la serenidad fascinadora de las montañas en el crepúsculo, cuando Ramiro, al volver de pronto la cabeza, hallose con la figura del misterioso morisco, inmóvil y taciturno en medio de la terraza. Aixa, para desvanecer la sorpresa del mancebo, les presentó con una larga sonrisa.

Abre ese portal y entra: te hallarás desde luego en un espacioso zaguan morisco, al pié de una galana arquería á cuyos tres vanos hace alegre fondo un fresco jardinillo.

De pronto, como el peregrino sediento que escucha un vocerío de caravana más allá del horizonte, el morisco inclinó todo su cuerpo, hacia el costado, y llevándose la mano al oído, aguzó su atención. Ramiro creyó distinguir entonces una voz como lejana, un canto sigiloso y triste. Era, sin duda, la voz del almuédano, la convocación exterior del idzan, en algún terrado vecino.

Data del siglo XVI, y su estilo se resiente de la transicion que entónces hacia el arte del gótico florido al Renacimiento, ofreciendo en su conjunto y sus pormenores una curiosa mezcla de los estilos ogival, en lo principal, y morisco y veneciano en los adornos y ciertas formas parciales.

Al cristalizarse sus aspiraciones, al tomar su voluntad forma definitiva, el alegre coronamiento, el castillete morisco se había convertido en humo, se había derrumbado, quedando únicamente en pie la base pétrea, sombría, con su tono lúgubre de cárcel y fortaleza al mismo tiempo. Se abrió la portería y salió el hermano.

Las calles están solitarias y mudas; pero, de tarde en tarde, la áspera voz de algún morisco, vendedor de legumbres, profana el monástico silencio, haciendo refunfuñar a más de un hidalgo adormido en la obscuridad de su alcoba. Los gallos cantan roncos y soñolientos. Ramiro recorre de un extremo a otro el destartalado salón. ¿Qué ha sucedido?

No me pareció bien el viaje que llevaban, y así, determiné soltarme, como lo hice, y saliéndome de Granada di en una huerta de un morisco, que me acogió de buena voluntad, y yo quedé con mejor, pareciéndome que no me querría para más de para guardarle la huerta, oficio, a mi cuenta, de menos trabajo que el de guardar ganado; y como no había allí altercar sobre tanto más cuanto al salario, fué cosa fácil hallar el morisco criado a quien mandar y yo amo a quien servir.

Pero faltó el poeta, y sobró en la hambre, tanto, que determiné dejar al morisco y entrarme en la ciudad a buscar ventura, que la halla el que se muda. Al entrar de la ciudad vi que salía del famoso monasterio de San Jerónimo, mi poeta, que, como me vio, se vino a con los brazos abiertos, y yo me fuí a él con nuevas muestras de regocijo por haberle hallado.

Eso basta replicó el musulmán; agregando: ¡Alá, para él la oración y la gloria, te atraiga algún día a nuestra santa ley! Deja, Ramiro, el espionaje a los villanos. No persigas al desgraciado morisco y hazte referir lo que fueron aquellos Djahvar de Córdoba, espejos de ciencia, flores de caballería, y cuya sangre palpita, agora, en esta cuadra.