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Actualizado: 24 de junio de 2025
Vería mis esfuerzos, mi deseo de ser útil a su prole, a su provincia y a su raza, y satisfecho, se acomodaría lo mejor posible para la eterna siesta. ¡Ya, nunca más vería su panza amarilla! Y entonces me mordía el apetito de marchar, ya libre y tranquilo a gozar la alegría de mi oro, al Loreto o los boulevares, sorbiendo la miel de las flores de la civilización.
Ni miró la muchacha al señor Rosendo, ni le dio los buenos días; atontada con el sueño y herida por el fresco matinal que le mordía la epidermis, fue a dejarse caer en una silleta, y mientras el barquillero encendía estrepitosamente fósforos y los aplicaba a las virutas, la chiquilla se puso a frotar con una piel de gamuza el enorme cañuto de hojalata donde se almacenaban los barquillos.
La injuria á Sánchez Morueta le mordía el pensamiento: aquel salivazo parecía haber caído sobre su alma. ¡Ay, el intruso!
Al cabo de algún tiempo de contemplarlas fijamente, Marta sintiose turbada. Creyó advertir en ellas cada vez más ansia de tragarla y que expresaban su deseo con gritos rabiosos y desesperados. Retrocedió un poco y tomó la mano de Ricardo sin comunicarle el miedo pueril que la embargaba. La sábana de espuma que las olas extendían, en vez de besarla, pensaba que le mordía los pies.
Seamos francos: ni Gregoria, ni Pablo Aquiles tenían mejor carácter que el padre; Gregoria, sobre todo, a quien una simple contradicción producía una pataleta, en que se mordía los puños de rabia impotente; Pablo Aquiles desdeñaba el estudio, y sin talento ni aspiraciones, se había dedicado a la más cómoda de las carreras: la de heredero de ricacho; y si no de genio tan violento como su hermana, luchaban ambos, sin embargo, en encarnizado y fraternal combate, no dejando vaso que romper, ni porrazo que dar, cuando el padre no estaba delante.
El perro salía en su persecución al través de los jarales: las dos bestias tronchaban las ramas con el impulso de su carrera, producían un estrépito de huracán, y tras ellas corría el dañador de ligeras abarcas. Puesto en ama, al alcanzar el corzo, le mordía entre las patas traseras, en el órgano más sensible, y la bestia quedaba en el suelo mugiendo de dolor, hasta que el Mosco la daba muerte.
En su boca bestial se sucedían rápidamente salvajes contracciones de cólera y perrunas sonrisas. En los días de «spleen» mordía y quebraba cuanto hallase a su alcance. Muy prudentemente, Catalina lo tenía pues encerrado en una sólida jaula de hierro, al menos hasta que se mostrase más tranquilo y sociable.
La piel y la garganta las teníamos abrasadas. Algunos marineros se desmayaban tendidos por los rincones; otros se ponían como locos; el sol mordía la piel de estos desdichados. Los chinos se ahogaban en la bodega y comenzaron a pedir agua a grandes voces; se asfixiaban. El capitán dijo que no había agua, y nos mandó a nosotros quitar las bombas de mano que sacaban el agua de los aljibes.
Llevaba en la boca un clavel blanco salpicado de manchas rojas, y lo mordía con displicencia digna de un socio del Veloz Club. De vez en cuando volvía el conde la cabeza y le dirigía una sonrisa afectuosa, á la cual nunca dejaba de contestar el mancebo con un saludo familiar. Es muy bonito ese clavel que lleva usted dijo la condesa, mientras lo admiraba sinceramente con los ojos muy abiertos.
Al ver cruzar los pájaros a su lado no podía resistir movimientos semejantes a una graciosa pretensión de volar, y decía: «¿A dónde irán ahora esos bribones?» De todos los robles cogía una rama y abriendo la bellota para ver lo que había dentro, la mordía, y al sentir su amargor, arrojábala lejos.
Palabra del Dia
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