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Allí estaba todavía, con el corazón oprimido, buscando un camino, cuando la puerta de entrada se abrió bruscamente y dos grandes molosos, manchados de amarillo, se precipitaron hacia . Lancé un grito. Los monstruos me saltaron encima, olfatearon mis ropas y volvieron a salir lanzando furiosos aullidos.

De este modo se trataba de un simple accidente; me había faltado el pie y el rodillo, no pudiendo ser detenido repentinamente, me había aplastado... ¡Qué monstruos! , madre mía.

No lejos de la majestuosa fábrica, cuyos monstruos de hierro han costado tanto; no lejos de esa magnífica residencia señorial, rodeada de hermosos árboles exóticos, importados con grandes gastos del Himalaya, del Japón y de California, pequeñitas casas de ladrillo, ennegrecido por la hulla, se alínean en medio de un espacio lleno de amontonamientos antiestéticos y de charcas de agua fétida.

Cada vez que leía en los periódicos sus hazañas en el mar del Norte, una oleada de indignación pasaba por su conciencia de hombre simple, franco y recto. Atacaban traidoramente escondidos en el agua, disimulando su ojo asesino y largo, semejante á las antenas visuales de los monstruos de la profundidad.

Semejantes monstruos desaparecerán á la primera ojeada que echen sobre la escena la razón y el buen sentido; hablo también de aquéllos, justamente celebrados entre nosotros, que algún día sirvieron de modelo á otras naciones, y que la porción más cuerda é ilustrada de la nuestra ha visto siempre y ve todavía con entusiasmo y delicia.

El pacto sangriento de estos dos monstruos terminó en 1823, en que Dios arrancó de la tierra el alma del Rey, y entregó su cuerpo á los sótanos del Escorial, donde aún creemos que no ha acabado de pudrirse. Pero con este fin no acabaron nuestras desdichas. Fernando VII nos dejó una herencia peor que él mismo, si es posible: nos dejó á su hermano y á su hija, que encendieron espantosa guerra.

Por fortuna, la excesiva pequeñez de los silfos y su agilidad portentosa los salvan de tales monstruos. Claro está que lo infinito es siempre lo infinito, así en la mente de un silfo como en la mente de un hombre.

En vez de modelar los elementos primitivos y populares del drama, acomodándose al espíritu de la época y al especial de las naciones, y limitándose únicamente á imitar la forma artística más perfecta de los antiguos autores, empezó á caer en desprecio el elemento artístico popular, y se intentó dar vida á lo que carecía de principios vitales, creándose verdaderos monstruos, por su forma parodias ridículas de los antiguos, por su fondo á inmensa distancia de ellos, sin sólida base y sin vida natural y propia.

¿Qué eran esos monstruos de corteza elástica y que tanto daba de cuando la riqueza desbordante del mundo primitivo, donde no debían cuidarse de buscar nada, sumidos como estaban siempre en un mar vivo de alimentos, los hinchaban indefinidamente? De entonces acá han decrecido.

Son largas como éstas, pero muchísimo más voluminosas: algo así como una bota de vino de mediano tamaño. Además, son tan fuertes y robustas, que pueden llevar encima un muchacho sin que, en apariencia, les estorbe para andar. En la isla de los Galápagos las hay grandísimas, verdaderos monstruos antediluvianos contemporáneos del mamuth.