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Actualizado: 27 de mayo de 2025
El obrero industrial, habituado á sufrir en otras partes la tiranía de las sociedades anónimas, monstruos acéfalos de la industria, irritábase á cada momento contra el gran patrono de reciente formación.
Palabras del derecho, palabras del revés, palabras simples, palabras dobles, palabras contrahechas, palabras mudas, palabras elocuentes, palabras monstruos. Es el mundo. Donde veas un hombre, acostúmbrate a no ver más que una palabra. No hay otra cosa. No precisamente a palabra por barba; tampoco. Despacio.
Freya temblaba de emoción, como un espectador entusiasta é impaciente. Algo cayó en el agua, descendiendo poco á poco: un pedazo de sardina muerta, que iba soltando filamentos de carne y escamas amarillas. Una extraña solidaridad parecía existir entre los monstruos. Sólo se agitaba para comer aquel que veía más cerca la presa.
Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió de haber sido soldado los años de su joventud, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces.
Inocentes y pacíficas, se engullen un mundo organizado apenas y que muere antes de haber vivido, pasando dormido á ese crisol de la universal mudanza. No existe la menor relación entre esa apacible raza de mamíferos que, lo mismo que nosotros, tienen la sangre roja y leche, y los monstruos de la edad precedente, horribles abortos del primitivo fango.
Entre tanto, en la santa ciudad de Benarés, cerca de cuyos muros se hallaba el hipogeo, se celebraba, aquella noche, espléndida, alegre y ruidosa velada: la fiesta más solemne del culto de Crishna. No era la conmemoración de sus triunfos guerreros, cuando daba muerte a tiranos y a monstruos, a endriagos y serpientes.
Como también me acusan, y sin duda con más motivo, de pobreza de imaginación, no debe de extrañarse que yo no haya tenido hasta ahora el suficiente brío para inventar esos monstruos.
Los dos grandes escobenes para las cadenas de las anclas que llevan a proa, y que por las pinturas que los adornan semejan ojos, dan a esas naves aspecto de monstruos marinos. El junco navegaba despacio y con grandes precauciones.
Envidiaba la facilidad de su capitán para encontrar las palabras. La más simple de sus ideas sufría angustiosamente antes de surgir de su boca... Pero al fin, poco á poco, entre balbuceos, fué diciendo su odio contra aquellos monstruos de la industria moderna que deshonraban el mar con sus crímenes.
Sobre la puerta estaba el escudo de armas, de piedra también, donde figuraban leones y perros, calderas, barcos y castillos y multitud de monstruos y de otros objetos simbólicos que para los versados en la utilísima ciencia del blasón daban claro testimonio de su antigüedad y sublimidad de su prosapia.
Palabra del Dia
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