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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Cerca de la playa en esta parte hay dos colinas pequeñas y redondas, llamadas los Cerros de los Lobos Marinos. La playa consiste en peñas altas, y grandes piedras. Mas abajo, hácia el sur, toda la boca del rio Colorado, ó primer Desaguadero tiene sus orillas perpendiculares, de tan grande altura que inspira horror al mirarlas; pero terminan en arenas, y bajios.
Carmen Tagle se echó a reír encogiéndose de hombros, y Leopoldina volvió a mirarlas, diciendo por debajo de los gemelos: Pues te digo que con el terciopelo que gastó la madre en cubrirse hasta las orejas podía haber subido un poquito el escote de la hija... ¡Vaya con la indecente!... Y la chica es monísima... ¿Cómo se llama?...
El deseo de verles la cara se hizo sentir en seguida en el ánimo del Conde; pero ellas, quizá sospechando aquel deseo, no volvían la cara, puede que a fin de contrariarle y de hacerle más vivo. El Conde tuvo que caminar más de prisa y pasar delante de ellas para mirarlas. Entonces vió con grato asombro que ambas eran lindísimas. En el rostro iban declarando que eran hermanas.
La pobre madre, al mirarlas, temblaba toda, sintiéndose herida en lo más delicado y sensible de su íntimo ser. ¡Extraña alianza de las cosas! ¡Cómo lloraban aquellos pedazos de barro! ¡Llenos parecían de una aflicción intensa, y tan doloridos, que su vista sola producía tanta amargura como el espectáculo de la misma criatura moribunda, cuando miraba con suplicantes ojos á sus padres y les pedía que le quitasen aquel horrible dolor de su frente abrasada!
Abu Hafáz, lleno de complacencia, fue ofreciendo ante sus ojos, y poniendo sobre el mostrador, mil extraños primores en joyas y en telas. Ella no se saciaba de mirarlas. Era muy curiosa. El mercader le dijo: Aún no te he mostrado, sultana, lo más espléndido y peregrino que mi tienda atesora. ¿Y para qué lo escondes y no me lo muestras? dijo ella.
Figúrate si con esas tragaderas estarás bien dispuesta para el amor». Después de esto y mientras Fortunata se comía una cantidad inapreciable de pasas y almendras, cogiéndolas del plato una a una y llevándoselas a la boca sin mirarlas, el bondadoso anciano siguió sus habladurías con cierto desconcierto, y como desvariando.
Las guardaban sin mirarlas y seguían su lamento: «Pan... pan.» ¡Y él había ido hasta allí para hacer la misma súplica!... Huyó, reconociendo la inutilidad de su esfuerzo. Cuando regresaba, desesperado, á su propiedad, encontró grandes automóviles y hombres á caballo, que llenaban el camino formando larguísimo convoy. Seguían la misma dirección que él.
La presencia de doña Manuela y Leocadia evitó una cosa horrible; Pepe, conteniéndose al mirarlas, se limitó a decir a su hermano, con la voz engañosamente tranquila, pero llena de energía: ¡Vete! Soy capaz de matarte. Lo creo repuso el cura, procurando aparentar serenidad y dirigiéndose hacia su cuarto muy despacio. ¡No! le gritó Pepe ¡no, infame; a tu cuarto no, a la calle!
Aquí misia Casilda dejó de mirar sus manos, y se puso pálida, muy pálida. Y ¿qué hiciste? preguntó ansiosa; cruzarías la calle, sin mirarlas. Me quedé plantado contestó don Pablo Aquiles. La señora protestó. Siempre había de ser el mismo.
¡Qué bonito acopio ha hecho usted hoy! la dijo porque no se acabara la conversación y aludiendo a la media guirnalda de yerbas y flores que llevaba Nieves sobre el pecho. ¿Usted ha visto respondió ella bajando la cabecita para mirarlas y acariciándolas al mismo tiempo con la mano , qué helechos más primorosos?
Palabra del Dia
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