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Estáis soñando. ¿Huelga? ¿Para qué? ¿Para hocicar en cuanto falta el pan en casa, quedar empeñados y volver al trabajo? Lo de los cartuchos, es una salvajada de cobardes; ¡por cuenta mía no se asesina a nadie! Dejad a mi cargo la venganza, que será buena.., y larga.

Hará mal. Respeto mucho en ella a la mujer que será mía para que tenga nada que temer. Sea como quiera, me produce cierto malestar esa disparidad entre la palabra y su expresión escrita. Sospecho que está más prendada del amor que de su prometido.

-A buena fe -respondió Sancho- que si Dios me llega a tener algo qué de gobierno, que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarla señora.

¡Cuál fué el asombro de Inés y de Beatriz cuando advirtieron que la notabilidad venía flechada a ellas! Un caballerete de veinticinco a treinta años, cargado con un abrigo y con una cajita, la seguía como si fuese un lacayuelo. Apenas llegó la dama, se puso delante de Beatriz, la miró con ternura y exclamando: «¡Querida míale echó al cuello los brazos y la besó en ambas mejillas.

Pero continúo con orgullo la exposición de lo que hemos hecho. ¿Recordáis, señores sabinos, en qué se hallaban ocupados nuestros sabios juristas mientras los astrólogos consultaban las estrellas? En estas condiciones, es difícil hablar. Estáis ahí como estatuas, sin decir esta boca es mía. ¡Bueno, recordad, os lo ruego! ¡Proserpinita querida! MARCIO. ¡Dejadnos en paz con vuestra Proserpina!

Veo que me extiendo demasiado en hablar a Vd. de esta Pepita Jiménez y de su historia; pero me interesa y supongo que debe interesarle, pues si es cierto lo que aquí aseguran, va a ser cuñada de Vd. y madrastra mía. Procuraré, sin embargo, no detenerme en pormenores y referir en resumen cosas que acaso Vd. ya sepa, aunque hace tiempo que falta de aquí. Pepita Jiménez se casó con D. Gumersindo.

¿Qué tenéis, madre mía? exclamó don Juan. ¡Oh! hay alguien que conoce no cómo este secreto dijo la duquesa. ¡Alguien! ¿y quién es? dijo don Juan.

Todas ellas aman lo nuevo, y como la llegada de usted está reciente, encuentran todavía cierto interés á su persona. Pero cuando transcurra algún tiempo, ¡quién sabe si su suerte será peor que la mía!...

-Y ¡cómo, madre! -dijo Sanchica-. Pluguiese a Dios que fuese antes hoy que mañana, aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre en aquel coche: ¡Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y cómo va sentada y tendida en el coche, como si fuera una papesa! Pero pisen ellos los lodos, y ándeme yo en mi coche, levantados los pies del suelo. ¡Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo, y ándeme yo caliente, y ríase la gente! ¿Digo bien, madre mía?

Y en poco menos de un año, aquí es la mía, se han reunido dos estamentos; se han mudado dos ministros de la Guerra; se han visto tres ministros de lo Interior; no se ha visto más que un ministro de Estado, pero se le ha oído más que si hubieran sido tres.