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Sus grandes ojos negros dejaban escapar relámpagos de dulzura y de bondad; su voz fuerte y metálica adquiría a veces inflexiones suaves. Germana acabó por encontrar un parecido entre aquel grande de España y un león amansado.

A sus oídos llegaban confusas y con resonancia metálica las palabras del sereno y de Barinaga; parecía que hablaban un idioma extraño. Repitió Pepe los golpes, y al cabo de dos minutos se abrió un balcón y una voz agria dijo desde arriba. ¡Ahí va la llave! El balcón se cerró con estrépito.

Cuarenta y tantos días después de la desgracia, la mujer de Gasparón se presentó en la pagaduría de la fábrica. Era una habitación pequeña dividida por un tabique de madera y tela metálica con ventanillos, tras los cuales se veía un señor viejo, bien vestido, de camisa limpia, que estaba leyendo un periódico, sentado junto a una caja de caudales.

Es un defecto que la misma Sara Bernhardt ha padecido: á la vista del público, un estremecimiento nervioso la obligaba á crispar los dientes, y por entre sus mandíbulas cerradas la voz pasaba sibilante, con una dureza metálica que después muchos actores, equivocadamente, han querido imitar.

Dentro del recinto hay un cuartel de dos pisos, de entramado de madera y cubierta metálica, enfermería de tabique pampango y cubierta de zinc. Comandancia, cuartel para los artilleros, factoría, de entramado de madera y nipa, y polvorín de mampostería y cubierta blindada. Está guarnecido por un Oficial y 60 individuos de tropa de infantería y seis de artillería.

Los seis hombres que estaban sobre su pecho tiraron de la cuerda con un esfuerzo regular y prudente para evitar que él despertase. Sintió que lo que subían no era un ser animado, sino algo largo y de una rigidez metálica. La barra de acero que desean clavarme en el corazón pensó el gigante. No se equivocaba.

También ella parecía una estatua de la soberbia y de la intolerancia: una estatua hermosísima. Sus compañeras, los catequistas, el escaso público esparcido por la nave la oían con asombro, sin pensar en lo que decía, sino en la belleza de su cuerpo y en el tono imponente de su voz metálica.

Las escalas enrevesadas del cornetín, sus cabriolas diabólicas, parecían una carcajada metálica de la muerte, que con el niño en sus brazos se alejaba á través de los esplendores de la vega. A la caída de la tarde fueron regresando los del cortejo. Los pequeños, faltos de sueño por las agitaciones de la noche anterior, en que les había visitado la muerte, dormían sobre las sillas.

Las sombras surgían ya más densas de la cuenca del lago. Las nubes, antes doradas, se habían puesto grises, y sólo en algunas fajas cobrizas y violáceas se veía que la luz no había muerto del todo. Un reflejo de aquellas coloraciones daba al agua estancada los tonos de una lámina metálica.

Sostenía, no obstante, doña Lupe que el retrato de Jáuregui era una obra maestra, y a cuantos lo contemplaban les hacía notar dos cosas sobresalientes en aquella pintura, a saber: que donde quiera que se pusiese el espectador los ojos del retrato miraban al que le miraba, y que la cadena del reloj, la gola, los botones, la carrillera y placa del morrión, en una palabra, toda la parte metálica estaba pintada de la manera más extraordinaria y magistral.