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Actualizado: 19 de noviembre de 2025
»Con este deseo, ha no sé cuántos meses que entré en ellas, donde hallé un ganadero que me llevó por su criado a un lugar que está en las entrañas desta sierra, al cual he servido de zagal todo este tiempo, procurando estar siempre en el campo por encubrir estos cabellos que ahora, tan si pensarlo, me han descubierto.
Hasta la industria del país la modificó radicalmente en pocos meses. Implantó entre nosotros todos los progresos mecánicos que había visto en el mundo de los colosos.
¡Ah! no, eso no; bien; pagaré, ¿un mes? Tres meses o seis. Pero, hombre... Dejarlo. No, bien, bien, ¿cuánto renta? Es tercero y tiene pocas piezas y estrechas, y... Diez reales diarios; dé usted gracias que no se le pone en doce. ¡Diez reales! Si no acomoda... Sí, señor, sí. ¡Cómo ha de ser! ¡Casa nueva! Fiador. ¿Fiador? Y abonado. Bueno, ¡paciencia! Tengo amigos, el marqués de...
Dé usted las gracias, 2317. Ahí tiene usted para varios meses, si no se lo deja robar por los camaradas... ¡Vamos! Tiene usted suerte; todos los visitantes no son tan generosos... Señor, muchas gracias, dijo humildemente el penado.
El regimiento de éste se había batido junto al de Desnoyers, pero no podía recordar con exactitud los lugares pisados por él meses antes. El campo había sufrido transformaciones. Presentaba un aspecto distinto de cuando lo vió cubierto de hombres, entre las peripecias del combate.
Nos hallamos en Inglaterra, en una hermosa mañana de Julio, cuatro meses después de los sucesos que quedan relatados.
Apenas se serena el cielo, después del tiempo de las lluvias, cuando luego se previenen para sus misiones, y se tiene por dichoso quien más padece y quien más almas trae al conocimiento de Dios, y gastan en esta empresa tres y cuatro meses, hasta que encuentran paraje donde poder hacer cosecha de almas.
Vivís en el número 24 de la calle de Murillo, y aquí tenéis el menú de vuestra comida de hoy. Me invitasteis hace dos meses, y acepté, tomándome la libertad de traeros unas quince personas más. Soy la proveedora de todo, hasta de los convidados. Pero tranquilizaos, a todos los conocéis, son nuestros amigos comunes... y desde esta noche podremos juzgar de los méritos de vuestro cocinero.
¡Qué he de opinar, mi General! contestó el preguntado encogiéndose de hombros y sonriendo amargamente; qué he de opinar sino que la peticion es justa, ¡justísima y que me parece estraño se hayan empleado seis meses en pensar en ella! Es que se atraviesan de por medio consideraciones, repuso el P. Sibyla friamente y medio cerrando los ojos.
Don José, que no había visto a Isidora desde la edad de seis meses, no podía, por el rostro de ella, discernir si era cierto o falso lo que afirmaba su pariente; pero por costumbre siguió llamándola ahijada, y desde entonces comenzó el cariño de que tan grandes pruebas diera más tarde.
Palabra del Dia
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