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Actualizado: 15 de junio de 2025
Eran los únicos conciertos de aquella época. Con la pitanza asegurada, sin tener que preocuparse de casa ni vestido y teniendo el amor al arte por toda obligación, figúrese usted, Gabriel, qué musicotes podrían salir. Por eso, cuando echaron a los frailes de sus conventos, los Jerónimos no salieron mal librados. Nada de mendigar misas por las iglesias ni vivir de gorra con las familias devotas.
Robledo vió pasar por sus ojos una expresión completamente nueva. Era de miedo: el miedo del animal acosado. Por primera vez percibió en la voz de Elena un acento de verdad. Usted es el único, Manuel, que ve claramente nuestra situación; el único que puede salvarnos... Pero lléveme á mí también. No tengo fuerzas para quedarme... Primero mendigar en un mundo nuevo.
A Goa acudían agentes o enviados de muchos soberanos a negociar alianzas y a mendigar el favor y el auxilio del virrey. Los rajaes de Cambaya y de Narsinga, el samori, los príncipes y sultanes de Aracan, de Bengala y del Pegu, y hasta el propio shah de Persia, anhelaban la amistad de los portugueses, les enviaban presentes o les rendían parias.
El señor José, al hablar de los rebeldes, sentía la cólera de un antiguo sostenedor del orden, moldeado por la disciplina. El guardia civil resucitaba bajo su blusa. Reconocía que todo estaba mal repartido y que el pobre sufría mucho. El mismo pasaba temporadas de horrible miseria, y su fin, cuando se sintiese viejo, sería mendigar en la calle o morir en el hospital.
La práctica facilita el trabajo, al par que las virtudes del bien y de la moralidad se aunan bajo la morada en que se podrán llorar ausencias, mas no temer la venida del correo y la cesantía, y con ella quizás el mendigar el pan ó volver á su nativo suelo enervadas las fuerzas por una laboriosa aclimatación, ó muerta la fe ante una larga serie de sacrificios olvidados.
Los payos se subdividían en pordioseros, que iban todas las mañanas a Madrid a mendigar en las puertas de las iglesias, y quincalleros, que en el verano vagaban por las ferias de Castilla vendiendo baratijas y durante el invierno organizaban juegos tramposos en las afueras o tomaban parte en algún robo, si se ofrecía ocasión.
Los franceses lo pueden decir; los extranjeros no lo deben creer. En este punto no hay otra realidad, que la existencia de una ley que prohibe el pauperismo. Existe la ley; nada más que eso. El cumplimiento de esa ley, es aparente, ficcioso; un golpe de palaustre francés. Efectivamente sucede que no se mendiga por las calles; lo que nosotros llamamos mendigar.
1 Y dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico, el cual tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. 3 Entonces el mayordomo dijo dentro de sí: ¿Qué haré? Que mi señor me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, tengo vergüenza.
Palabra del Dia
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