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La cabeza, que parecía medalla y figura de emperador romano, y de color de bronce, estaba toda hueca, y ni más ni menos la tabla de la mesa, en que se encajaba tan justamente, que ninguna señal de juntura se parecía.

No ya la medalla del Santo Oficio os daría yo, y tenedla, señora mía, dijo todo amor y todo rendimiento el familiar, sino el alma, aunque supiera que os la daba para que me la perdieseis.

El pie de la tabla era ansimesmo hueco, que respondía a la garganta y pechos de la cabeza, y todo esto venía a responder a otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba. Por todo este hueco de pie, mesa, garganta y pechos de la medalla y figura referida se encaminaba un cañón de hoja de lata, muy justo, que de nadie podía ser visto.

Llevé la mano al sombrero y busqué con la vista al sacerdote portador de la sagrada forma; pero no le vi. En su lugar tropezaron mis ojos con un anciano, vestido de negro, que llevaba colgada al cuello una medalla de plata; a su lado marchaba un hombre con una campanilla en la mano y un cajoncito verde en el cual la mayoría de los transeúntes iban depositando algunas monedas.

Se desechó el uniforme y se convino en que vistiese frac negro y llevase colgada la medalla de concejal. Fijose por último el día: resultó un lunes. Desde mucho antes el traidor había deslizado en la conversación, hablando con D. Juan Estrada-Rosa, la especie de que Granate se jactaba de ser deseado y requerido por él para yerno.

El Papa, que por lo visto no pecaba de presuntuoso, quedó muy satisfecho, lo cual mostró regalando a Velázquez una soberbia cadena de oro, de la cual pendía una medalla con su efigie. Con lo que en alabancia de este retrato se ha escrito, podría llenarse un grueso tomo.

El dinamarqués Thorwaldsen tallaba, a los trece, mascarones para los barcos en el taller de su padre, que era escultor en madera; y a los quince ganó la medalla en Copenhague por su bajorrelieve del Amor en Reposo. Los poetas también suelen dar pronto muestras de su vocación, sobre todo los de alma inquieta, sensible y apasionada.

Víneme, pues, otra vez al mesón de la Cabeza del Rey don Pedro, y sin dejarlo de la mano, casa mandé buscar, y hallaron esta, y visítela y agradome y comprela, y reparada y alhajada que fue, a ella víneme, harto ajena de creer que duende en la casa había, y que por ello la Inquisición había de visitarme, y aparecérseme duende que me perturbara y me pusiera en ocasión en que yo hasta ahora no me he visto, ni pensado verme; y si no fuera por esta bendita medalla que me dejó el familiar que a verme vino, ni aun a pensar me atrevo en lo que de hubiera podido ser.

Nunca el señor Desnoyers había marchado tan satisfecho por las calles de París como al lado de este mocetón con su capote de gloriosa vejez y el pecho realzado por dos condecoraciones: la Cruz de Guerra y la Medalla Militar. Era un héroe, y este héroe era su hijo. Las miradas simpáticas del público en los tranvías y en el ferrocarril subterráneo las aceptaba como un homenaje para ambos.

Un valiente, amigo mío terminó diciendo el personaje . He leído lo que dicen de él sus jefes. Al frente de su pelotón atacó á una compañía alemana; mató por su mano al capitán; hizo no cuántas hazañas más... Le han dado la Medalla Militar, lo han hecho oficial... Un verdadero héroe. Y el padre, llorando de emoción, movía su cabeza temblorosamente, cada vez más envejecido y más entusiasta.