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De este matrimonio nació el Tuerto de la buhardilla, quien al lado de su padre aprendió á tirar del remo, á aparejar sereña, á ser, en fin, un buen pescador.

Ahora bien, un matrimonio realizado con ciertos requisitos que no necesito explicarle puede matar en flor las esperanzas que sobre él tenemos fundadas. Usted me permitirá. Yo pienso que un hombre debe portarse bien en todos los momentos de su vida, cualesquiera que sean las esperanzas que sobre él funden sus amigos.

¿Tendría tal vez, como a muchas acontece, idea exagerada de sus propios encantos y esperanza de fundar en ellos un matrimonio más ventajoso?

Señora, ya puede usted comprender si yo tendría satisfacción en unir un matrimonio disuelto... lo mismo el de usted que cualquier otro. Mi misión es predicar la concordia entre los hombres y morir por ella si es preciso. Aun sin pedírmelo tengo el deber, por mi cargo, de procurar en esta parroquia la reconciliación de los matrimonios desavenidos... Pero este caso es delicado.

Pero antes de alejarse dos kilómetros de la casa, Venturita se manifestó enteramente rendida. Le era imposible dar un paso más. Se vió precisado a traerla en brazos y a renunciar a su favorito recreo. Doña Paula, que había mirado con hostilidad aquel matrimonio, no habló de ir a ver a los novios hasta después de pasados muchos días.

¿Y cree usted que existe alguna niña que no sea feliz con el apellido y con la fortuna de un Nuezvana? , señora, lo creo; es posible, aunque parezca absurdo. Porque nos casamos, antes que con el apellido y la fortuna, con la persona. El matrimonio es, ante todo, un negocio espiritual, y puede haber apellido y fortuna, y no haber espíritu.

Los moralistas hablaban también en favor del matrimonio, demostrando, como Montesquieu, que «cuanto más se disminuye el número de los matrimonios que pudieran hacerse, más se corrompe a los que están ya hechos: cuantas menos personas casadas hay, menos fidelidad existe en los matrimonios, como cuando hay más ladrones existen más robos

No se recuerda quién, pero él piensa que Anita, se atrevió a manifestar el deseo de una separación en cuanto al tálamo quo ad thorum . Fue acogida con mal disimulado júbilo la proposición tímida, y el matrimonio mejor avenido del mundo dividió el lecho. Ella se fue al otro extremo del caserón, que era caliente porque estaba al Mediodía, y él se quedó en su alcoba.

Si lo hubiese sería igual para los dos cónyuges, y bien saben ustedes que las faltas del marido, cuando no son excesivamente escandalosas, ni atentan al matrimonio ni extinguen por lo general el amor de la esposa. Elena escuchaba con intensa atención. Las palabras del pintor le sorprendían y aunque no les diese completo asentimiento, no pudo menos de hallarlas razonables.

A la sorpresa sucedía la complacencia en los amigos, y a la complacencia las hipótesis sobre la mayor o menor proximidad de la época del matrimonio y las conjeturas acerca de los motivos que habían operado tal cambio en la conducta de los novios.