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Quedóse al fin, llegó su madre, y entre las dos juntas me pusieron para pelar, por «lo olvidadas que las tenía». Alegué por excusa de mi apartamiento ocupaciones apremiantes dentro de casa, después de un suceso tan grave como el ocurrido en ella... Nada me valió el recurso ante aquellos dos diablejos que todo lo metían a barato. Acudió el viejo Marmitón a la algazara.

Lo cierto es que había motivos sobrados para estremecerse y temblar, como me estremecía y temblaba yo pensando en don Sabas, en Neluco, en Chisco, en Pito Salces... Dios piadoso, ¡qué sería de ellos y de cuantos los habían acompañado en su denonada empresa! Y pensé también en la nieta de don Pedro Nolasco y en el mismo octogenario Marmitón, y en su hija, si eran sabedores de lo que ocurría.

Adviértase aquí para que se espere a Dios con la pompa que se le debe. Sin preocuparme gran cosa del pobre Marmitón, que se quedaba solo otra vez, repantigado, mudo y atónito en el sillón de madera y muy arrimado al fuego, volvíme al cuarto de mi tío para ver lo que pasaba en él después de la salida de don Sabas.

El señor se come su tapioca de caldo graso y un bistec y un par de chuletas, y la pobre y santa mujer se conforma con los desperdicios. Es hermoso, ¿verdad? El marmitón pareció muy conmovido. Mi buen señor Tournoy dijo al mayordomo , me interesan mucho esas pobres gentes. ¿No podríamos enviarles algo por medio de la negra?

¡Toma! dijo el marmitón , creo que tengo razón para burlarme. ¿Por qué no trabajan? Los duques son hombres como los demás. ¡Muchacho! exclamó gravemente el mayordomo , estás diciendo cosas incoherentes. La prueba de que no son hombres como los demás, es que yo, tu superior, no sería ni barón durante una hora de mi vida.

Romagné, a fuer de hombre juicioso, obtó por la cocina. Supo conducirse en ella de tal suerte, que se captó la simpatía y el aprecio de todos. Lejos de prevalerse de la amistad que le unía con el amo, mostrose más humilde y más modesto que el último marmitón. Era un criado que M. L'Ambert había puesto a sus servidores.

Creo que no, mi pobre Paulina... Rebaja pronto... pronto... Ya quisiera yo tener que rebajar algo gimió Francisca, pero no puedo disminuir mis pretensiones a no ser que me case con un gañán, con un marmitón o con un mono vestido, lo que está lejos de ser tentador. ¡Ah! suspiró la Sarcicourt; no estamos ya en los tiempos en que la gente se contentaba con una choza y un corazón...

Nunca le tomó apego, como el Cura, a la caza mayor... en los breñales, se entiende, porque a la vera de su casa o al amor de la lumbre, se zampa un buey en dos sentadas, si hay quien se le ofrezca. Por eso y otras cosas, le llamamos los que bien le queremos, sin que a mal lo tome ni se ofenda, «Marmitón».

Hablando de estas cosas, me faltó tiempo para pedir a Neluco algunas noticias sobre el octogenario Marmitón, antes de llegar a su portalada, cuyas dovelas, removidas y desportilladas ya por la acción de las intemperies y de las yedras y jaramagos que las invadían por todas sus junturas, me recordaban un poco la mandíbula superior de su dueño cuando yo soñé que le había visto devorar troncos y peñascales.

Yo no lo que pensarían en casa del viejo Marmitón del desconcierto que debió de notarse entre las palabras que salían de mi boca y las ideas que me retozaban en el cerebro, ni si le notaron siquiera; pero es un hecho que a medida que andaba hacia la casona, formando serios propósitos de ir aclarando la duda poco a poco, extrayendo del fondo de la cristalina fuente las pedrezuelas misteriosas con las pinzas de mi experiencia y el tacto de mi nativa serenidad para esas cosas, me maravillaba del desarrollo que había alcanzado aquel arrechucho mío, y de lo cercano que me había puesto de cometer una ligereza impropia, no ya de un hombre maduro, sino de un colegial inexperto.