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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Ni marido pobre de mujer acaudalada, ni yerno de suegra intolerante, ni protegido por rico vanidoso, se vieron nunca tan privados de libertad como el mísero don Quintín a partir de aquel día en que doña Frasquita se enteró del devaneo que su esposo traía entre manos; porque la aventura con Mariquita, que para él fue simple pecado de pensamiento, semejante a la delectación morosa que dicen los teólogos, a la vieja le pareció adulterio consumado.

La que lleva por título el que nos sirve de epígrafe entiendo yo que ha ido más allá todavía: Mariquita León da más, para mi gusto, que lo que Las tres cosas del tío Juan nos habían prometido. La vida en una pequeña población rural andaluza está muy bien observada y hábilmente pintada.

A , Mariquita, no me gusta nada de lo que sale de lo regular; en particular a las mujeres, les está tan mal no hacer lo que hacen las demás, que si fuese hombre, le había de huir a una mujer así, como a un toro bravo. En fin, tu alma en tu palma; allá te las avengas. Pero añadió con su acostumbrada bondad eres muy niña y tienes que dar más vueltas que da una llave.

A Mariquita le acometió la pataleta, la gente echó a correr, hubo cierre de puertas, y a palacio llegó la noticia de que unos corsarios se habían venido a la chita callando por la boca del río y tomado la ciudad por la sorpresa.

El momento fue solemne. Los dedos del ex miliciano oprimían la cintura de la corista, cuyo cuerpo temblaba como pájaro en poder de niño. Mariquita murmuró con extraordinaria dulzura: ¡Por Dios, don Quintín!

Don Quintín se relajó en el cuidado y vigilancia de Cristeta, quien, a decir verdad, no lo sentía, porque mientras estaba con don Juan, para nada se acordaba de su tío y éste, prescindiendo de su sobrina, como en justa reciprocidad, siempre andaba en busca o en espera de Mariquita.

Aunque, gracias a lo rápido de su resolución, estaba seguro de que no podía ser espiado, anduvo largo rato vagando por calles y plazas, volviéndose de vez en cuando a mirar si le seguían, hasta que, convencido de que no existía tal peligro, tomó el camino de la casa de Mariquita.

Una novela no es una serie de casos vividos, observados y experimentados por quien los reproduce luego sin unidad de acción, sino que debe tener el conveniente enlace que haga que todos estos casos, accidentes o episodios, concurran al mismo fin y contribuyan a poner debido término a la historia. Contra esta regla, que a mi ver no debiera derogarse, peca el autor de Mariquita León.

Nogales acierta en Mariquita León a observar esta regla. Otra regla hay que, en mi opinión, debiera siempre seguirse, por más que Zola, en los libros didácticos que ha escrito sobre el arte de componer novelas, la deroga por inútil; pero como Zola la sigue a menudo aunque la por derogada, a cualquiera se le figura que es burla y malicia suya la derogación de la tal regla.

Irri, sobre todo, la consideración de que ya no era una, sino dos, las conquistas que por su culpa se le malograron: antes la de Mariquita, y ahora la de Carola, pues indudablemente, apenas ésta le viese arruinado, le plantaría de patitas en la calle. Y no era el suyo falso pesimismo ideológico, sino exacto conocimiento de la realidad.

Palabra del Dia

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