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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Y, con venia de ustedes, también se han eclipsado el pajuelero o vendedor de mechas azufradas, el puchero o vendedor de puntas de cigarros, el anticuchero y otros industriosos. Digresiones a un lado, y volvamos a Mariquita.

Al oprimir aquel cuerpo sin fuerzas, sentía en su pecho el contacto de elásticas prominencias. Mariquita dejaba caer la cabeza en su hombro, como si no quisiera ver, abrumada por el mareo. Sólo una vez se irguió para mirar a Luis, brillándole en los ojos una lejana chispa de rebelión y protesta. Suéltame, Rafaé: esto no está bien. Dupont rompió a reír.

Y Mariquita bebía ansiosamente, con una sed rabiosa, deseando renovar la sensación de frescura en su boca ardiente como si llevase fuego en el estómago. De vez en cuando protestaba. Que me voy a emborrachá, Luis. Que creo que ya lo estoy. ¡Y qué! exclamaba el señorito. Yo también estoy borracho, y tu padre, y todos lo estamos. Para eso es la fiesta.

Acaso Cristeta no entrase en la conspiración, pero se aprovechó de ella; Mariquita sirvió de agente a don Juan; los diálogos enloquecedores pasados bajo el mechero de gas que había en el pasillo, fueron otras tantas ocasiones de que los novios se hablasen libremente. ¡Y pensar que él no consiguió de Mariquilla nada sustancioso y positivo! ¡Ni una sola vez! ¡Qué burla tan infame!

Ha habido día, Gabriel, que he recogido ochenta duros. Me acuerdo: fue en el último Corpus. Mariquita tuvo que recoserme los bolsillos de la sotana, que se rompían con el peso de tantas pesetas. Fue una bendición del Señor. Y miraba tristemente los talonarios, como lamentando que pasasen los días del invierno sin cortar más que alguna que otra hoja.

Se retiró la insinuante Mariquita y siguió Gabriel sus paseos por el claustro, después de apurar el jarrito de leche que todas las mañanas le subía su hermano. A las ocho salía don Luis, el maestro de capilla, siempre con el manteo terciado teatralmente y el sombrero de teja echado atrás como una aureola sobre su enorme cabeza.

Allá por los años de 1734 paseábase muy risueña por estas calles de Lima, Mariquita Martínez, muchacha como una perla, mejorando lo presente, lectora mía. Paréceme estar viendo, no porque yo la hubiese conocido, ¡qué diablos!

Mariquita León es laboriosa, activa, despejada, y posee los bríos y la entereza convenientes para gobernar bien su casa y su hacienda y para hacerse respetar y temer de sus enemigos. Y no por eso tiene Mariquita nada de sargentón, de marimacho o de monja alférez.

Mariquita date tono replicó Jacinta secándose las lágrimas que la risa y las cosquillas le habían hecho derramar . Ya que hay otros peores; pero no pongo yo mi mano en el fuego porque seas el número uno. Juan meneó la cabeza en señal de amenaza. Jacinta se puso lejos de su alcance, por si se repetían las bárbaras cosquillas.

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