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Actualizado: 17 de junio de 2025
Pronto será hora de comer. Sí, vamos, comerás conmigo, y esta tarde saldremos otra vez. Dame la mano, no quiero que te separes de mí. Cuando llegaron a la casa, D. Francisco Penáguilas estaba en el patio, acompañado de dos caballeros. Marianela reconoció al ingeniero de las minas y al individuo que se había extraviado en la Terrible la noche anterior.
No vale la pena de obtener una presidencia si luego no gozamos de esas mil manifestaciones con que los demás celebran nuestro triunfo. ¿Crées que lo celebran? Bueno; lo celebren o no, hacen como que lo celebran y nos lo dicen, y ello es siempre halagador para nuestros oídos. Por mi parte ¡qué quieres, Marianela de mi alma! no me explico ese silencio, ni esa reclusión, sin dejarse ver de nadie.
New-York, William S. Gottsberger, Publisher. 11 Murray Street, 1882. Idem. Traducción de Nathan Wetherell. London, Remigton and Co., 5, Arundel Street, Strand. León Roch. Traducción de Clara Bell. New-York, William S. Gottsberqer, Publisher, 11. Murray Street, 1888. Marianela. Traducción de Clara Bell. New-York. William S. Gottsberger, Publisher, 11, Murray Street. 1883. Marianela.
Tiembla por todo y por todos. Está alarmadísima ante la idea de que el nuevo gobierno considere inexistente a su marido como ministrable: destituya al yerno empleado; declare disponible al diplomático; y, por último, haga salir de la oficina al ingeniero, enviándole a ejecutar obras y realizar mensuras y planimetrías en los desiertos. ¿Pero qué va a pasar aquí, Marianela? ¿Tú no sabes nada? Nada.
Dicen que este es nombre de perra. Yo me llamo María. Mariquita. María Nela me llaman y también La Hija de la Canela. Unos me dicen Marianela, y otros nada más que la Nela. ¿Y tu amo, te quiere mucho? Sí, señor, es muy bueno.
No lo había dicho, cuando Florentina ofreció a Marianela el jicarón con todo lo demás que en la mesa había. Resistíase a aceptar el convite; mas con tanta bondad y con tan graciosa llaneza insistió la señorita de Penáguilas, que no hubo más que decir.
En lo interior el edificio servía para probar prácticamente un aforismo que ya conocemos, por haberlo visto enunciado por la misma Marianela; es, a saber, que ella, Marianela, no servía más que de estorbo. Frecuentemente se oía: ¡Que no he de dar un paso sin tropezar con esta condenada Nela!... También se oía esto: Vete a tu rincón.... ¡Qué criatura! Ni hace ni deja hacer a los demás.
Eres joven, linda, rica. ¿Vas a vivir sola toda la vida? ¿No es justo, no es lógico que formes una familia? Ya sabes que yo soy buena amiga, discreta, que si te puedo ayudar en algo... ¡Ay, Marianela, demonio malo, que me estas sonsacando lo que no quiero decir...! ¡No me tires de la lengua, no me tires, no me tires...! Vamos... no seas tonta.
Marianela, que mientras oía tan nobles palabras había estado resistiendo con mucho trabajo los impulsos de llorar, no pudo al fin contenerlos, y después de hacer pucheros durante un minuto, rompió en lágrimas. El ciego, profundamente pensativo, callaba. Florentina dijo al fin tu lenguaje no se parece al de la mayoría de las personas.
Te aseguro, Marianela, que no sé qué hacer; si traerlos a todos a casa o dejarlos que se las compongan como puedan, ayudándolos, eso sí, ¿cómo no va una a ayudar a sus hijos? con algunos pesos, no muchos, porque, la verdad, tampoco nosotros andamos muy boyantes; pues Eleuterio se metió los otros años, cuando el barullo de los terrenos, en algunas especulaciones, y al venirse todo barranca abajo, como él es así, ha pagado a todo el mundo y nos hemos quedado medio en la calle.
Palabra del Dia
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