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Actualizado: 28 de junio de 2025
De la tenebrosa noche, de donde surgen todas las cosas, observamos á la humanidad, formando naciones que florecen y se marchitan, siguiendo siempre esa estrella, que sirvió de guía á los sabios del Oriente para llegar en peregrinación al lugar santificado por las profecías, y más adelante, alumbrándoles ya el resplandor de la redención y de la reconciliación con Dios, las generaciones aún no nacidas que han de aparecer en lo porvenir.
La tradición de raza, la selección secular, la conciencia de una alta posición social que es necesario mantener irreprochable, la fortuna que aleja de las pequeñas miserias que marchitan el cuerpo y el alma, he ahí los elementos que se combinan para producir las mujeres que pasan ante mis ojos y aquellos hombres fuertes, esbeltos, correctos, que admiraba ayer en Hyde Park Corner.
Y ella que, cuando amenaza con lo innoble del rasero nivelador, justifica las protestas airadas y las amargas melancolías de los que creyeron sacrificados por su triunfo toda distinción intelectual, todo ensueño de arte, toda delicadeza de la vida, tendrá, aún más que las viejas aristocracias, inviolables seguros para el cultivo de las flores del alma que se marchitan y perecen en el ambiente de la vulgaridad y entre las impiedades del tumulto.
Las plantas del Norte se marchitan con el sol de los trópicos. La esclavizada raza de Mahoma se asfixia bajo el peso de la libertad europea. El sencillo aldeano de nuestros campos, tan risueño y expansivo entre los suyos, enmudece y se apena en medio del bullicio de la ciudad.
Las flores de mis aposentos se marchitan y nadie las renueva; la luz me parece una antorcha fúnebre, y cuando mis amadas vienen envueltas en la blancura de sus peinadores a acostarse en mi lecho, lloro, como si viera la legión amortajada de mis alegrías muertas. Me siento morir. Tengo ya hecho mi testamento. En él lego mis millones al Diablo, le pertenecen; él que los reclame y los reparta.
Visitemos un valle frondoso, y entre flores verdes y lozanas, encontremos una flor marchita. ¿Qué arquitectura tiene esa pobre flor? Sin embargo, al mirar la flor seca, no podemos menos de suspirar; aquella flor se mústia como se marchita nuestra vida, como se marchitan nuestras ilusiones, nuestros amores, nuestras esperanzas, nuestros sueños, nuestros delirios.
En torno de las sienes calvas, con la amarillez del marfil viejo, se marchitan las coronas de rosas, y en la medrosa concavidad de las órbitas vacías, en vez de las pupilas bañadas de efluvios amorosos, brilla la pálida fosforescencia de las larvas inquietas.
Unos tienen la solidez, la casi eternidad del árbol; otros se descogen y luego se marchitan, como las flores. Así, pues, la anémona marina se abre cual pálida margarita rosada, ó como áster granate adornado con ojos de azur; mas desde el momento que se ha desprendido un hilito de su corola, ó sea una nueva anémona, veisla disolverse y desaparecer.
Palabra del Dia
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