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Actualizado: 17 de julio de 2025


Marín está detrás de aquel monte que ve a mano izquierda dijo apuntando con el dedo. El paisaje estaba bañado de luz. Los árboles resaltaban como en pleno día.

No obstante, como el hombre se habitúa a todo, hasta a la enfermedad, hasta a las conferencias del Ateneo, los vecinos de Sarrió, al cabo de algunos días se habituaron al peligro. Comenzaron a salir de sus casas, cerrada ya la noche, si bien con las debidas precauciones. El primero que se aventuró fué Marín.

Al señor Rodríguez Marín corresponde el honor de haber descubierto una firma de Lope, en un documento notarial de Sevilla, en que el poeta antepuso a su nombre la inicial de Micaela.

Su nariz relucía a la luz del sol como una guindilla. La misa era larga y pesada. Andrés no lo advirtió. Mientras el sacerdote oficiaba y la muchedumbre atendía prosternada, sus ojos apenas se apartaban de los de Rosa, que muy a menudo los volvía también hacia él, húmedos y extáticos. El sitio que ocupaban era muy agradable. Descubríase desde allí todo el hermoso valle de Marín.

A algunos, a don Rosendo, a don Mateo, a don Pedro Miranda y al alcalde don Roque, ya Gonzalo les había saludado la noche anterior. Pero estaban allí además Gabino Maza, don Feliciano Gómez, el ingeniero francés M. Delaunay, Alvaro Peña, Marín, don Lorenzo, don Agapito y otros cinco o seis señores, que se levantaron para abrazarle.

El P. LEGIPONT, de la Orden de S. Benito, ha publicado poco ha un itinerario para hacer con utilidad los viages á Cortes extrangeras. Le ha traducido en Español el Dr. JOAQUIN MARIN, docto Abogado Valenciano. En esta obrita se hallan las reglas prudentes para viajar con utilidad; y el que lea la censura que á ella ha puesto el Dr.

Se reimprimió en el mismo punto por los hermanos de Tournes en 1754, y volvió á hacerse otra edición en Madrid por Pedro Marín en 1771. Las dos ediciones hechas en Bélgica son en 4.º y la madrileña en folio. Fué obra que obtuvo una acogida por los religiosos cual ninguna otra de su género. Se llegó á hacer absolutamente necesaria á cuantos Misioneros pasaban á Indias.

Era alegre, valiente, aficionado a cuentos y chascarrillos, donde siempre jugaba papel principalísimo algún cura o monja. No pronunciaba bien las erres. Don Jaime Marín, propietario de cuatrocientas fanegas de pan, que con la contribución equivalían a unas seis mil pesetas, sería un gran calavera, un licencioso, un monstruo de corrupción si no tuviese por mujer a doña Brígida.

Cuando la recua se alejó, salieron de su escondite y siguieron la marcha. Andrés quiso informarse de la familia que Rosa tenía en Marín.

En tanto, cerca del promontorio de San Marín balanceábase un buque del Estado, arrojando de sus entrañas de hierro, entre sordos mugidos, espesa columna de humo que el fresco Nordeste impelía hacia la ciudad, como si fuera el adiós fervoroso con que se despedían de ella, y de cuanto en ella dejaban, quizá para siempre, agrupados junto á la borda, los valientes pescadores santanderinos, arrancados de sus hogares por la última leva.

Palabra del Dia

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