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Actualizado: 15 de julio de 2025


Y a fin de poder defenderse de las invasiones de bandidos, de barones poderosos y desalmados o de infieles muslimes, habían fortificado la abadía como casi inexpugnable castillo roquero, y mantenían a su servicio centenares de hombres de armas de los más vigorosos, probados y hábiles para la guerra.

Que si se perdian, era segura la ruina de la ciudad de la Plata, villa de Potosí, y demas poblaciones que aun se mantenian con alguna esperanza de salvarse, y que tambien quedaria cortada enteramente la comunicacion de ellas con el Tucuman y Buenos Aires, de que podia seguirse la pérdida de todo el reino, pues de este modo les seria fácil interceptar los socorros y demas auxilios que se remitiesen para contener á los sediciosos en los límites de la debida obediencia.

Otros se mantenían en pie detrás del piano, esperando que un compás de silencio les diese tiempo para expresar por medio de exclamaciones reprimidas la admiración que rebosaba de su alma. Sólo muy pocos, bien quistos de la suerte, habían logrado que alguna señora refrenase con la mano, en obsequio suyo, el vuelo exuberante de sus faldas de seda y les hiciese un lugarcito a su lado.

Un enjambre de chicos rodeaba el altar portátil de San Rafael, que parecía un ascua de oro; otros se mantenían derechos por los contornos del presbiterio, bajo la vigilancia del cura, que no cesaba de dar vueltas, administrando equitativas correcciones con su muleta al que no se estaba quieto.

Los hijos del país que meses antes rodeaban al poeta con su cariñoso entusiasmo no podían servirle ahora de consuelo. Unos estaban en la guerra; otros habían huído; los demás sufrían en la ciudad toda clase de vejaciones, y para evitarlas, se mantenían ocultos en sus casas.

En un remanso del estanque, enorme macizo de malangas ostentaba su vegetación exuberante y tropical, y sus gigantescas hojas, abiertas como abanicos de tafetán verde, se mantenían inmóviles.

Su lástima había sido aún más intensa al enterarse de su infortunio. Un obús había estallado junto á él, matando á los que le rodeaban. De sus varias heridas, la única grave era la del rostro. Había perdido un ojo por completo; el otro lo mantenían los médicos sin visión, esperando salvarlo. Pero ella dudaba; era casi seguro que Laurier quedaría ciego.

Sólo entonces se dió cuenta de que alrededor de la otra muñeca, así como en torno de sus tobillos, debía tener amarrados unos filamentos semejantes. Tendido de espaldas como estaba y mirando á lo alto, alcanzó á ver otros tres aeroplanos en forma de animales fantásticos, que se mantenían inmóviles al extremo de otros tantos hilos de plata, á una altura de pocos metros.

Huyó del café, como si odiase a las gentes y tuviese necesidad de tinieblas y silencio. En la cubierta de los botes ocupó un sillón, mojado por la humedad. Este aislamiento lóbrego aplacó sus nervios... Nadie. Los pasajeros estaban ya en sus camarotes o se mantenían en el paseo dando vueltas por las inmediaciones del café, como pájaros nocturnos atraídos por un faro.

Pero este mal deseo resultaba inútil. Todos se mantenían firmes. Aquel imbécil de Moreno había hecho bien las cosas al ayudar á Canterac. Sintió frío en sus extremidades y que toda la sangre se le agolpaba al corazón viendo cómo se ocultaba la pareja en un tupido cenador de ramaje, al final de una avenida. Era el famoso «santuario» del oficinista.

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