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Encomendados sean a Satanás y a Barrabás tales libros, que así han echado a perder el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha.

Díjele que me la dijese; y él, sin dejar la risa, dijo: -Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha".

Los marqueses de L *, a quienes también ella profesaba aversión, cuando no estaban en el poder daban reuniones allá en su finca de la Mancha y ofrecían espléndido buffet a sus electores: cuando el marqués era ministro daban también reuniones, pero suprimían el buffet.

En su desesperación se asió a una mano que parecía venir de muy lejos, saliendo de la sombra: una mano de vivo, una mano de carne. Tiró de ella, y poco a poco, en la bruma, fue tomando forma la mancha pálida de un rostro.

El duque de Uceda tiene el pecado de la soberbia y de la ambición. Y vos, hija, manchando así un nombre... No lo sabe nadie. Lo sabe el que lo mancha. No lo puedo remediar... y vos, padre, debéis comprender cuán resuelta á todo estaré cuando me he atrevido á dar este paso.

Pasáronle por la mente ideas extrañas; la mancha del pecado era tal, que aun a la misma inocencia extendía su sombra; y el maldito se reía detrás de su infernal careta, gozoso de ver que todos se ocupaban de él, aunque fuera para escarnecerle. Nicarona dejó sus pinturas para correr detrás de los bergantes y de la zancuda, que también debía de tener alguna parte en aquel desaguisado.

A usted, que es mi razón y mi conciencia la obedeceré ciegamente. ¿Qué debo hacerLa joven respondió sencillamente: «Su deber de usted: casarse con BlancaEl amor, tal como lo comprendía aquella hija de soldado, era un sentimiento tan puro como el honor, que sufre todos los sacrificios, pero no una mancha. Como la bandera, el corazón podía ser desgarrado, pero no manchado...

Especie, Rémora vastatrix. Amados hermanos míos: si de la Mancha pasamos, pues todo es España, a la Dirección de que era jefe D. Manuel, hallaremos un espectáculo no menos patriarcal. Descontando al hijo mayor, Joaquín Pez, de quien se hablará cuando le toque; descartando también a las dos señoritas de Pez, ya casaderas, quedaban cuatro pimpollos.

Gracias, querido doctor; a usted debemos nuestra salvación. Gracias a usted, el desarreglo de esas gentes devolverá el bienestar a mi excelente padre y la vida a mi noble madre. Mi paso por el mundo no habrá sido inútil. Me quedaba por todo bien el recuerdo de una vida pura y un pobre nombre sin mancha, como el velo de la primera comunión de una niña. Se lo doy todo a mis padres.

Desde que por primera vez visité esta noble tierra, he buscado ansiosamente al gran D. Quijote de la Mancha; yo quería verle, yo quería hablarle, yo quería medir la fuerza de mi brazo con la del suyo, pero ¡ay!, hasta ahora lo he buscado en vano. He revuelto media península buscando a D. Quijote, y D. Quijote no parecía por ninguna parte.