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¡Señor decía para , qué felices son los madrileños, que tienen la gloria de poder llamar compatriota suyo al bendito Isidro, y poco menos á la bendita María de la Cabeza! ¡Qué dicha la suya, pues pueden desde su propio hogar contemplar todos los días los campos donde vivieron en carne mortal los santos labradores! ¡Y con qué santo regocijo y piadoso recogimiento de espíritu discurrirán por aquellos campos, pondrán su planta donde Isidro y María pusieron la suya, y se inclinarán á cada paso á besar aquella tierra, que Isidro regó con su sudor y los ángeles santificaron con su presencia, bajando á ella para regir el arado del bendito labrador!

El juerguista madrileño tenía que atrincherarse con la elegida de su corazón. ¿Cómo concebir, en aquellos tiempos belicosos, que llegase un día en el que los madrileños pudieran mezclarse en una sala bien iluminada donde hubiese weine, weibe und gesang, esto es, vino, mujeres y canciones?

Todo contribuia á seducir á los madrileños: los toros, los mil primores del Real sitio, el placer casi fantástico que produce el vuelo en ferrocarril, y aún la novedad de convertir á Aranjuez en el Versalles de Madrid. Los trenes se sucedian y los asientos no alcanzaban.

Me tacharán de crítico apocado; me dirán que ésta es la novela más transcendental y más universal de Pereda, la más comprensible para todos, la más traducible.... Todo esto es verdad; pero cada cual tiene sus manías: yo me vuelvo a La Robla y a La Leva y a Suum cuique. Y consiste todo en que los críticos madrileños y yo juzgaremos siempre a Pereda desde puntos de vista muy distintos.

El Tribunal, la iglesia y la casa parroquial son pobrísimas, sin razón de ser que justifique semejante pobreza, puesto que su municipio lo forman no pocos mestizos ricos; y en cuanto á la iglesia, baste decir que en ella se venera una célebre imagen de San Rafael, que viene á representar no solo para la provincia de Albay, si que también para otras de Luzón y aun de Visayas, lo que la Virgen de la Paloma es para los madrileños ó la de Antipolo para los manileños.

Por último me llamó mucho la atencion entre los pasajeros un grupo de siete ú ocho españoles de distintas provincias que me divertían mucho. Había entre ellos un gallego de excelente índole y chistosas ocurrencias que á todos agradaba, y no faltaban andaluces, madrileños, un catalán, un mayorquino y algunos habaneros.

Ronzal había protestado varias veces. ¡Señores, parece esto la cazuela! había dicho a menudo, pero en balde. Allí iba Joaquinito Orgaz, y cuantos sietemesinos madrileños pasaban por Vetusta, y hasta los que habían nacido y crecido en el pueblo y no lucían más que un barniz de la corte.

En su organismo endeble de madrileños criados en casas pobres, prevalecía su entendimiento de niños educados junto a personas mayores que, sin velar nada, hablan de todo libremente. Pepe era delgado, alto, larguirucho, con el pelo rubio, rizoso y arremolinado, que dicen ser indicación de genio vivo.

En la Friedrichstrasse y en Oxford Street hará ahora, seguramente, más frío que en la calle de Alcalá; pero no así en las casas de Oxford Street ni de la Friedrichstrasse. Y como no es en la calle, sino en las casas, donde realmente se vive, resulta que los madrileños son habitantes de un país frío, mientras que los londinenses y los berlineses lo son de países cálidos.

Durante, pues, todo el verano y hasta el principio del mes de octubre, momento en que ocurrieron casos importantes, que pronto hemos de referir, pudo muy bien doña Beatriz, nada experimentada ni escarmentada aún de la maledicencia de los madrileños, vivir tranquila y persuadida de que nadie la acusaba de ser la enamorada del Conde, y de que don Braulio no estaba en ridículo de resultas de haber sido tan bueno y tan complaciente con ella.