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Actualizado: 8 de junio de 2025
Como vivo y elocuente testimonio de la exactitud de mis ponderaciones, ahí está, entre las dos Alamedas, enfrente del antiguo Reganche, y cada día más frondoso, más cultivado, más pulido, más bello, el famoso jardín, ó salón de Bailes de Campo, delicia de los madrileños, y asombro de los castellanos de Amusco y Becerril, que nos visitan durante la estación de los baños de mar.
Claro que no se ha calentado la atmósfera; ello ofrecía, de momento, dificultades insuperables aun para la misma química alemana. Se han calentado, en cambio, las viviendas, los establecimientos públicos, los tranvías y coches, etc., etc. Hoy puede afirmarse que, mientras los madrileños tiritan, los berlineses y los londinenses pasan sus inviernos a una temperatura media de 17 grados.
Ya los mejores teatros quedaron tomados, ya las compañías principales salieron... Y en los «mentideros» madrileños sólo quedan los malos comediantes, los fracasados; ó los inadaptables, los ariscos, los orgullosos, que no aceptaron las proposiciones que recibieron por juzgarlas despreciables y hasta ofensivas á sus merecimientos.
Las habitaciones que servían de albergue a los Molínez eran espaciosas y estaban amuebladas a estilo de pueblo, contrastando con la vetustez y modestia de cuanto había en ellas el aspecto moderno y la riqueza de los utensilios, ropas, neceseres y estuches de los madrileños: un saco, una manta de viaje valían más que todo lo puesto a su disposición por el huésped.
«Pues apechuguemos con las novedades» dijo Isabel a su marido, observando aquel furor de modas que le entraba a esta sociedad y el afán que todos los madrileños sentían de ser elegantes con seriedad.
Si todos los calaverillas madrileños hubieran presenciado esta escena, es más que probable que el mayorazgo no hubiera tenido que sentir más en igual género; pero como no todos los susodichos traviesos estaban allí cuando la primera bofetada, tuvo que pegar la segunda un poco más abajo, y la tercera más adelante, hasta que juzgó prudente ir á vestirse con su traje provincial, renegando de la independencia madrileña y de la educación y tolerancia de las «personas decentes».
Eran los enemigos del toreo andaluz, los madrileños netos, amargados por la injusticia de que todos los matadores fuesen de Córdoba y Sevilla, sin que la capital tuviera un representante glorioso. El recuerdo de Frascuelo, al que consideraban hijo de Madrid, perduraba en estas tertulias con una veneración de santo milagroso.
La moderna necesidad de los baños de mar, dejando despoblado á Madrid los veranos, llenó de madrileños nuestra capital; y su buen tono, convencido de que para vivir á la moda era preciso salir á bañarse dió en irse á Ontaneda á remojarse en sus nauseabundas aguas; pues no era cosa de largarse á otro puerto de mar cuando tenía uno de los mejores en su casa.
De donde ¡alguna puñalada por la noche....., y pare usted de contar! Las sucursales de los bufos madrileños, sucursales á su vez de los bufos parisienses, han desnaturalizado un poco las costumbres del pueblo bajo granadino.
Entiendo, pues, que lo que desea, aunque no se atrevió a decírmelo, es que tú vengas por aquí; único modo para ella de verlo claro todo; de convencerse de que la quieres, y de comprender si ella te quiere a ti, prefiriéndote a todos los encantos madrileños, los cuales, a la verdad, son mil veces menores de lo que tú piensas, para los pobres como nosotros.
Palabra del Dia
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