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Sería alcalde y las facultades de éste contrarrestaban muy bien las del ayuntamiento. Los del Saloncillo lo presentían también. Ambos partidos luchaban con empeño feroz. Por fin, el anciano alcalde perdió la elección por un corto número de votos.

De todas las privaciones que sufrió, la que mas le molestò fué el hambre. Sus efectos fueron sobre todo terribles en Santa Catalina, donde á los horrores de una escasez absoluta se agregaron los de una crueldad refinada en los gefes, que enviaban al cádalso á los que luchaban con la muerte por falta de alimentos. El autor deplora estos rigores culpables; porque

De minuto en minuto caían al suelo o al mar multitud de hombres llenos de vida; las blasfemias de los combatientes se mezclaban a los lamentos de los heridos, de tal modo que no era posible distinguir si insultaban a Dios los que morían, o le llamaban con angustia los que luchaban.

Otras eran de cuchillo, de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas en los encuentros nocturnos, en las sorpresas, donde los hombres luchaban lo mismo que en los albores de la vida del planeta. El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á este joven, pequeño, moreno, de aspecto insignificante.

Pasaba muchas noches sin dormir, pensando en la suerte de sus hijos que luchaban en el frente, y esta inquietud daba un tono duro y feroz á sus entusiasmos patrióticos. Bien muerta está... Era una mujer, y los fusilamientos de mujeres resultan penosos.

Primero se presentaron despavoridos en la costa buen número de peces y de marsuinos; luego, oyéronse extraños, espantosos mugidos: era una crecida familia de ballenas que la tempestad empujaba, y que luchaban, gemían y se resistían á morir. También en esta ocasión los machos perecieron al lado de sus hembras.

Seamos francos: ni Gregoria, ni Pablo Aquiles tenían mejor carácter que el padre; Gregoria, sobre todo, a quien una simple contradicción producía una pataleta, en que se mordía los puños de rabia impotente; Pablo Aquiles desdeñaba el estudio, y sin talento ni aspiraciones, se había dedicado a la más cómoda de las carreras: la de heredero de ricacho; y si no de genio tan violento como su hermana, luchaban ambos, sin embargo, en encarnizado y fraternal combate, no dejando vaso que romper, ni porrazo que dar, cuando el padre no estaba delante.

Luchaban al destaparse las mujeres con las mangas de la camisola o de la gruesa elástica, y en este forcejeo se les abría el pecho, mostrando escapularios y medallas sobre las flacideces de la maternidad.

Las madres luchaban contra el sueño; los jóvenes giraban mecánicamente, y el machacador no entreabría los ojos sino cuando había encajado un acorde fuera de su sitio... Mi hermana tenía un vaso de limonada sobre la falda y contemplaba las pepitas del limón... Era un cuadro lastimoso. De Yolanda, ni la menor huella. Volví a las mesas de juego y golpeé el hombro al viejo.

Los hombres peleaban en las cubiertas de los buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos; el mar, enrojecido por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares de cabecitas de náufragos, que a su vez luchaban sobre las olas.