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Actualizado: 6 de julio de 2025
¿De quién? preguntó Pepe. De Lorenza. ¿Quién es esa señora? La conoces: es aquella viuda graciosa y parlanchína con quien jugabas al aljedrez; buena y lista, pero demasiado amiga de divertirse. No me gusta que ande mucho con ella, pero ¡vaya V. a evitarlo!
Aquella mañana había gran fiesta, como dijo Marieta de Fontenoy cuando al entrar con Lorenza Margillier vió á Tragomer que estaba fumando un cigarrillo en el cuarto de Maugirón. ¿Dónde está el dueño de la casa? dijo Lorenza echando descuidadamente el sombrero en un sofá y besando amablemente á Tragomer. Está poniéndose guapo. Y bien, Marieta, ¿no me dice usted nada?
LORENZA. Pienso darme una buena sesión de trabajo. Quiero acabar mi estudio. EL MODELO. Si usted lo desea, adoptaré la pose. LORENZA. ¡No! Espere a las demás señoritas. Se molestarían si se empezara sin ellas. Entre todas ellas, usted es la única formal. EL MODELO. ¡Usted llegará...! Posee la obstinación, que es una cualidad muy hermosa. Además, tiene usted dinero. ¡Y esto ayuda siempre...!
Querido Cristián, no hemos querido causarte pena. ¿Tanto quieres á Sorege? Pues no es un muchacho muy simpático. ¡Es guapo! Pero tan frío... Tragomer preguntó: ¿Le habéis conocido queridas? ¡Oh! No es hombre de amar á una de nosotras, dijo Lorenza. Ha debido buscar relaciones discretas y económicas. Me ha hecho siempre el efecto de un zorro consumado.
Así estuvieron todo el día y parte de la noche encerrados en el cuarto de la fonda: Manuel, triste y silencioso, leyendo y releyendo la carta: Pepe, aguzando el ingenio y prodigando sutilezas que endulzasen tanta amargura. Pocos días después Lorenza recibía la presente carta: «Mi querida amiga: El ser yo quien conteste a lo que ha escrito V. a Manuel, necesita previa explicación.
Es una gran contrariedad que te halles en tal situación dijo el lúgubre en tono de responso. Yo que contaba.... Además me había propuesto sacarte en bien de la aventura y hacer que Doña Lorenza plantara en la calle al de los Cuatro Vientos, para que tu Juanita.... ¡Maldita sea tu estampa y mi miseria! exclamó el articulista con desesperación.
JOAQUÍN. Endulce usted su temperamento, porque de lo contrario caerá en el impresionismo. LORENZA. ¿Es un crimen? JOAQUÍN. ¡Por lo menos, es una torpeza...! Se lo advierto: tiene usted muy buenas condiciones... Hasta le permitiré que acuda este año a la Exposición del Salón. LORENZA. ¿Cree usted, maestro, que estoy bastante segura de mí misma?
LAFRIPE. ¡Maldita sea...! ¡Buena la he hecho! ¡Me va a echar una bronca...! LORENZA. ¿Qué desea usted decirle? Voy a verlo dentro de un rato. LAFRIPE. Yo soy quien le pone sus esbozos en cuadrícula. ¡Hay que vivir...! Me había citado aquí; pero me he entretenido jugando a la malilla... ¡Hola, Cornu...! LORENZA. ¡Si puedo servirle en algo...!
Lorenza es encantadora, pero si aceptase su proposición, no me perdonaría el haberla hecho dejar á Maugirón y éste me guardaría rencor por habérsela quitado. No arriesgaré, pues, esta doble pérdida. Si me habéis visto un momento pensativo es que reflexionaba sobre lo que acaba de decir nuestro amigo y que bajo los excesos de elocuencia á que se ha entregado creo que hay un fondo de verdad...
Tengo un capricho por él, y si él quiere te planto, para enseñarte á hacer conferencias. ¡Digo, digo! exclamó Maugirón; ahí tienes un buen negocio, Tragomer, y yo también. Lorenza me quiere dejar por ti... No vaciles, amigo mío, tómala. No desperdicies tanta dicha, ni aun al precio de mi desesperación. Pero, ante todo, dinos qué opinas sobre los errores judiciales.
Palabra del Dia
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