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10 Y derramaré sobre la Casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, Espíritu de gracia y de oración; y mirarán a , a quien traspasaron, y harán llanto sobre él, como llanto sobre unigénito, afligiéndose sobre él como quien se aflige sobre primogénito. 11 En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido.

La pobre mujer tuvo miedo de misma, y un llanto amarguísimo brotó de su corazón a raudales.

Balzac ha dicho muy bien que en el amor hay siempre un dios y un esclavo... Después de todo añadió al cabo de una pausa, el destino de la mujer es ése, amar y llorar. El amor en las mujeres engendra fatalmente el llanto, y esto consiste en que es más vivo y más tierno que en nosotros.

Dio voces Zoraida que le sacasen, y así, acudimos luego todos, y, asiéndole de la almalafa, le sacamos medio ahogado y sin sentido, de que recibió tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacía sobre él un tierno y doloroso llanto.

El que la hubiese visto retozar locamente y correr de un lado á otro, ora ocultándose de Pepito, ora persiguiendo á Enriqueta, ora llevando entre sus brazos á Emilia para sustraerla á las caricias de sus hermanos, no imaginaría seguramente que pocos momentos antes derramaba copioso y amargo llanto.

Por los mismos dolores que sufríste, por lo que has de sufrir seca tu llanto, y a la pálida novia que a viene, sedienta de tu amor, abre los brazos. A tu puerta ha llegado sonriente, como una virgen rústica, temblando, a ahuyentar tus tristezas dolorosas con la caricia de sus dedos blancos.

Derrama, ó dulce hermano, por los ojos El alma en llanto amargo convertida, Venga la muerte y lleve los despojos De nuestra miserable y triste vida.

Pero su alma se llenaba de amargura por la idea de que aquella separación hubiese ocurrido con tan áspera presteza, sin el consuelo de una despedida. Y a él, ¿qué pensamientos le llenaban ahora el alma? Adriana se hubiese acercado a enjugarle el silencioso llanto con largos besos de ternura, para unir esta tristeza de su amor ya imposible a la piedad inmensa que le inspiraba su amiga enferma.

¡Padre del alma! ¡Madre mía! sollozó, ocultando el rostro en las almohadas, que empapó en llanto.

El P. Jacinto acudió entonces á donde estaba Clara, que Lucía había recostado en un sofá. Clara volvió en del desmayo, exhaló un suspiro y rompió á llorar con desatado y copioso llanto. ¡Clara, amiga querida! dijo Lucía. Cálmate, niña, cálmate, exclamó el P. Jacinto. ¡Dios santo y misericordioso! dijo Clara.