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Desde el fondo de la gañanía le llamaban los compañeros, anunciándole que apenas quedaba gazpacho en el barreño, pero él seguía bajo la luz del candil, sentado en un pedazo de tronco, encorvado el cuerpo sobre una mesilla baja, en la que se empotraban sus rodillas como en un cepo. Escribía lenta y trabajosamente, con una testarudez de campesino.

Los insurrectos los llamaban en Aragón, pero los llamaban así, sin ira y sin odio. Martí en Zaragoza lo fue todo, el orador en las reuniones, el escritor en los periódicos, el poeta siempre.

Servida la tohalla, que así llamaban, al servir estas fuentes, y ascendiendo este ángel á su nube, de allí á poco volvió á bajar un plato de la fruta que habia de comer el Rey, y sirvióse de la misma manera. Últimamente bajó el mismo ángel la copa en que habia de beber el Rey. El duque de Gandia desempeñó el oficio de mayordomo en el convite, y guiaba los servicios.

A sus órdenes hizo la mayor parte de la guerra; pero al verlo en lucha con Carranza, presintió que este antiguo «ranchero», de porte solemne y aseñorado, al que llamaban «el viejo barbón», tenía más aspecto de presidente que el antiguo bandido, y se fué con él. Por segunda vez Guadalupe reconoció que su esposo era á veces capaz de resoluciones acertadas.

Dividíanlo hasta seiscientas paredes de papel con sus numeros llamados páginas. Cada espacio estaba subdividido en tres corredores ó crujías muy grandes, y en estas crujías se hallaban innumerables celdas, ocupadas por los ochocientos ó novecientos mil seres que en aquel vastísimo recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras.

Eran de aquellas familias que admiraba su padre sin saber por qué; procedían de lo que llamaban al otro lado del mar «la madre patria», todas excelentísimas y altísimas para la buena doña Chicha, y emparentadas con reyes. No sabía si darles la mano ó doblar una rodilla, como había oído vagamente que es de uso en las cortes.

Los italianos le merecían no menos simpatía, porque acataban en ella cierta superioridad, viéndola gastar y vivir mejor que los otros, y la llamaban «señora». Sus cariños malogrados de hembra infecunda iban hacia todos los niños de diversas nacionalidades que vivían cerca de ella, tratándolos con varonil dureza de palabra al mismo tiempo que los cuidaba y acariciaba.

Luego Roma fue dueña de todos los países que tenía alrededor, hasta que tuvo tantos pueblos que no los pudo gobernar, y cada pueblo se fue haciendo libre y nombrando su rey, que era el guerrero más poderoso de todos los del país, y vivía en su castillo de piedra, con torres y portalones, como todos los que llamaban «señores» en aquel tiempo de pelear; y la gente de trabajo vivía alrededor de los castillos, en casuchos infelices.

Los apasionados de Morales le llamaban el Divino, y Andrés de Claramonte, en su Letanía moral, le califica de príncipe de los cómicos. No menos célebre que él fué su esposa Jusepa Vaca, tan notable por su belleza como por su talento.

Vivía doña Lupe en aquella parte del barrio de Salamanca que llamaban Pajaritos.