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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Corroborábase la noticia de que don Amadeo había huido a Lisboa con su familia, y el telégrafo transmitía los nombres de los individuos que formaban el primer ministerio de la recién nacida República. ¡De la Rrrepública española! exclamó el tío Frasquito quitándose el sombrero con burlesca solemnidad.

Antes de amanecer, se levantó Morsamor y fue sobre cubierta. Fresco vientecillo de Poniente empujaba la nave hacia la costa. Era de esperar que, al rayar el alba llegase la nave a la desembocadura del Tajo y penetrando y subiendo por el río, se presentase frente a Lisboa. En pos de la nave de Morsamor iba el barco del vencido corsario argelino, brillante trofeo de la recién alcanzada victoria.

Entre tanto, Lisboa se arrodillaba a mis pies. El patio del palacio estaba constantemente invadido por la turba; desde las ventanas de la galería contemplaba a veces, en mis horas de fastidio, blanquear las pecheras de la aristocracia, negrear las sotanas del clero y relucir el sudor de la plebe. Todos venían a suplicar con frase abyecta, una pequeña participación en mi riqueza.

Después, a solas conmigo, se apacentó mi espíritu en los lejanos recuerdos que desde Lisboa guardaba yo de ti, profundamente sepultados, bajo otra multitud de recuerdos, allá en los abismos de mi memoria. Y no contenta yo con exhumar recuerdos tan distantes, me complací en combinarlos, empleando para ello un arte sibarítica, con las recientes impresiones que de ti había recibido.

Así se prueba comparando el antiguo Cancionero portugués con las poesías gallegas de Alfonso X. Y ya que hablamos de aquel antiguo Cancionero, añadiremos que se halla manuscrito en la biblioteca del Colegio dos Nobres de Lisboa, y que debe contener importantes documentos para ilustrar la historia de la antigua poesía lírica.

Esto sin contar un sinnúmero de otras fotografías, recuerdo de temporadas en el Convent-Garden de Londres, el San Carlos de Lisboa, los grandes coliseos de toda Italia, y los teatros de América, desde el de Nueva York al de Río Janiero.

Estuvo luego en Lisboa, con el propósito de encaminarse á la América meridional y realizar uno de sus deseos más vehementes; visitó, pues, la isla de Madera y también las Canarias, subiendo al pico de Tenerife y abandonando, al fin, su propósito, porque su salud, ya delicada, no se prestaba á las exigencias de un viaje de esta especie.

Rafaela estaba bellísima: incomparablemente más bella que allá en Lisboa, en la plaza de toros o en el Retiro de Camoens. Entonces era diamante en bruto: ahora diamante pulimentado y primorosamente engarzado en cerco de oro.

La llamaban Rafaela, y por sus altas prendas y rarísimas cualidades la apellidaban la Generosa. Rafaela apenas tenía entonces veinte abriles. Era gaditana, y hubiera podido decirse que se había traído a Lisboa todo el salero, la gracia y el garabato de Andalucía. Yo la vi por vez primera, decía el Vizconde, en aquella plaza de toros.

Yo que habia escuchado entusiastas descripciones de Lisboa; que la imaginaba pomposamente gallarda, con el arrullo del Tajo á sus piés; que á juzgar por lo que de su belleza habia leido dibujaba en mi fantasía un cuadro de Paris, desperté con disgusto de mi sueño al aspecto de la ciudad, no obstante verla por su lado mas pintoresco, desde el mar, sobre el Tajo, á sus piés, y á la luz de un hermoso sol naciente.

Palabra del Dia

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